Que no caiga en el olvido cuando
quedar era cosa de palabras y no de mensajes rápidos. Hace no tanto te veías
con tus amigos en las condiciones que habías apalabrado el día anterior o puede
que con una confirmación previa vía llamada al teléfono fijo, de casa, el mismo
que solías saberte de memoria. ¿Está fulanito/a? Pregunta trago si encima tal
era tu aspirante a magreo. Estábamos en esas cuando unos cerebritos planeaban
romper el mercado tecnológico y dotarnos de aparatos mágicos. La revolución en
la telefonía ha sido tan veloz que de zapatófonos hemos pasado a ordenadores en
miniatura. En apenas unos pestañeos hemos aprendido a manejarnos con aparatos y
aplicaciones revolucionarias. Grandes avances que también han supuesto grietas
en la comunicación personal. Ahora que tenemos la inmediatez, que podemos
contactar a golpe de tecla con quien sea, esté donde esté, nos aislamos con los
teléfonos y reducimos mucha expresividad a una suma de sms, guasaps, estados de
red social o tuiteos. Los grupos de amigos se llenan de silencios y han pasado
a tener de banda sonora los avisos de sus chateos. En una sociedad insegura,
tendente a acallar sentimientos, a poner entre paréntesis verdades y
sensaciones no ayuda reducir a una pantalla la realidad. Tenemos que hablar
más. No renunciar a las bondades de esta revolución móvil pero tampoco entrar
en el bucle infinito de su dependencia. Está bien identificar con un emoticono
aquello que sientes, pero más cuando lo sabes traducir a palabras, miradas y
gestos cotidianos. Cuando la incomunicación entra en nuestra habitación se
antoja una inquilina de difícil abandono. En nosotros está superar su
circunstancia y dar la vuelta a este momento de mudez. Nuestra piel se merece
vida, contacto, no una simple conexión en espera de wifi.
lunes, septiembre 24, 2012
jueves, septiembre 13, 2012
Pero ¿esto?
En un mundo en el que buscar
buenas noticias parece una batalla perdida ¿quién desenfunda las armas?
Acumulamos testimonios y miradas de desolación. La inversión en saber ha
resultado tan absurda para muchos que pierden el horizonte. Caminan cual
zombies en esta realidad de vergüenzas aireadas y miedos camuflados. Nadie dijo
que fuera fácil vivir. Ningún papel de este folletín aseguraba estabilidad ni
buenos alimentos. Pero ¿esto? Buceamos entre el fango para encontrar un futuro
digno. Por mucho que la dignidad se haya atrincherado o escondido en un paraíso
fiscal. La pérdida de ilusión, vocación, sueños crea ejércitos de
incomprendidos y vacíos de contenido. Aparece la culpa y la tristeza. Lógica respuesta
frente a los abusos de poder, del mercadeo laboral, de la broma que no es tal. Hablar
de futuro es contar un cuento de final desdibujado. Esto no es Hollywood ni
mucho menos Disney. Lágrimas de impotencia contrastan con los despiadados, los
trincones, los imposibles, los falsos moralistas. La tontería viene a ocupar un
espacio impropio, natural de los hechos importantes, decididamente silenciados.
No interesa que se aireen tantas verdades que clavan puñales. Tantos cheques
que vuelan y no precisamente en low cost. Las desigualdades salen de paseo con actitud
esquiva. Interesa una sociedad de contrastes. Compadecer al desvalido para
reírse de él por detrás. Hoy más que nunca la pregunta ¿qué he hecho yo para
merecer esto? cobra sentido. Ni Almodóvar hubiera escrito un guión tan
surrealista y despiadado. La película no ha hecho nada más que empezar.
Seguiremos informando.
miércoles, septiembre 05, 2012
Esas pequeñas cosas
Puede que sea un beso aislado. Una
mirada. Una suma genial de palabras. Una foto que justifica el pasado. Un sabor
intenso. Un estribillo que eriza todo lo bello. Esa postal que te espera. Un
osito de gominola. Algo. Pequeño. Insignificante quizás. Pero grande y
esencial. Así construimos nuestros días con la matemática perfecta que nos
empuja hacia nuestro destino. Pero todo sumando nos resulta insuficiente. Estamos
instalados en el más es más y desprestigiamos el valor de tantas pequeñas cosas
que nos magnifican. Nos angustia la persecución de grandes retos, logros o
sueños imposibles. Caemos en el desánimo y nos engañamos pensando a escala
mastodóntica. Olvidando la esencia, negando la magia de lo común, lo silenciado
o ninguneado. Somos unos insatisfechos. Perdemos tiempo y energía en conjugar
la envidia hacia los otros. Ponemos entre paréntesis nuestra realidad para
escudriñar la ajena. Nos prometemos contextos felices pero descuidamos nuestro
hoy por escaso, vacío. Ingenuos en la arquitectura de nuestro bienestar, porque
no hay mañana sin días anteriores. No hay lleno total sin recipiente con
espacio libre. Pero quién dijo libres. No lo somos. Y tememos ese momento de
romper con esta sociedad de clasismos, de verdades sin medias, de enchufes no
corrientes, de ojos inyectados en rencor, de complejos travestidos. Son esas
pequeñas cosas las que nos impulsan, nos hacen mejores cada día y dan sentido a
nuestra biografía. Identificarlas y coleccionarlas es un ejercicio estimulante.
¡A por ellas!
¡A por ellas!
Suscribirse a:
Entradas (Atom)