domingo, junio 23, 2013

Hogueroso



Por la gloria de San Juan se nos acumulan los rituales para (des)quitarnos de lo malo y emprender una nueva etapa ‘mágica’. Esto dicho por Rappel embutido en un tanga o Esperanza Gracia mirando a la vez a Cuenca y Pontevedra queda fenomenal. Pero la realidad es otra. Las hogueras echan básicamente humo e impregnan tu ropa de ese olor tan característicamente hogueroso. Otros efectos no probados quedan confinados a las conjeturas vendibles de magos de madrugada. Por muy divertidos que me parezcan sus protocolos a quemar, me fascina más el surrealismo de Aramís Fuster que lo que pueda llegar a decir. En fin, que me pierdo. Llegado el caso de perpetuar la quema indiscriminada de males varios, a todos se nos acumula una pila infinita de candidaturas a fuego. Desde circunstancias horribles, las que vivimos; a personajes borrables (políticos, banqueros, reales irreales…); actitudes vergonzantes, incomprensibles e intolerantes que aún sufrimos;   actos de terrorismo amoroso sino amistoso o cruel (esos que dejan traumas); pensamientos destructivos, torpezas varias, negatividades enquistadas, nulidad de corazón… ; mentiras, vanidades patéticas, egos mal llevados, hipocresía de manual; enchufes que no dan luz sino ceros infinitos sin merecer… Podría volcar mucho más malrollismo en palabras, pero no me apetece. Desde luego que todo eso me encantaría se erradicara de la faz de nuestra realidad, porque caminaríamos más ligeros, perderíamos menos energía en bobadas, sonreiríamos mucho más y nadie confiaría en la necesidad de pasarse por la hoguera para aligerar el peso maléfico.

En la noche más corta del año siempre me resultó más divertido los que se pasaban por la piedra en plena playa, ajenos a los otros, fogateando en el uno contra otro. También los que asumían que a la fiesta uno iba a beberse hasta el infinito, ejerciendo ese dicho tan Massiel que uno acude a los eventos (ella dijo bodas) y se emborracha por educación. Los grupos de amigos que se pierden y se encuentran en plena ebullición adolescente. Primeros besos, magreos arenosos, tonteos con la orilla como testiga. Cuando no esos desnudos tan impulsivos como previstos (estreno de ropa interior de marca mediante) para mojar las entretelas y exponerlas a la Luna. Es mi iconografía sanjuanera. Hace mucho que no doy relevancia especial a esta fecha y casi diría que a ninguno otra. Porque con los años he entendido que todos los días son potencialmente únicos como olvidables. La dependencia del calendario no va conmigo. La ingenuidad por un bienestar sí. Al final tendré que pedir hora con cualquier bruja de manual y entregarme a la quema perfecta.

miércoles, junio 12, 2013

Paco Martínez París



Cuando creía que el amor era un invento de los grandes almacenes y de los abogados para firmar divorcios, aterrizo en París y descubro que otra mirada romántica es posible. Se para el tiempo entre sus calles y la confusión de latidos, pálpitos varios, miradas cruzadas, elegancias personificadas rompe mis esquemas. No hablaré de belleza (que también) sino de esa elegancia y estilo personal que se magnifican en un estado en calma de las cosas. No hay estrés, todo son horneados de sabor y de momentos. Gentes que convierten en chic las acciones más vulgares de barrios de periferia o capitales henchidas de onanismo. Los rincones únicos se suman a la multiculturalidad que engrandece el espacio. El asfalto se confunde con el arte majestuoso de edificios únicos, que transportan a otros siglos, inyectando la necesidad de reencontrarse con la esencia de lo que fuimos. Entonces, con menos de todo, el firmamento se esculpía a la perfección. Hoy abusamos de los dramas por nuestras insuficiencias no asumidas. Lo que son traumas eran oportunidades de creación. Y toda esa filosofía se refleja en los rostros cálidos, despreocupados, inocentes incluso. Así es como los rasgos se engrandecen, los músculos se equilibran, las ropas se estructuran para bien.

El desfile de maniquís museísticos fuera de contexto adquiere especial relevancia en el género masculino. Quizá por patético término de comparación, pero allí es elocuente cómo los muchachos se gustan y afanan en gustar. Sin necesidad de caer en chulería shore ni tremendismo de tronista.  La concatenación de flechazos directos resulta hasta exagerada. Cual puja de subasta a cada oferta y ofertante más y mejor. Asaetado pues acabé por las armas de tantos corazones andantes. Y encantado con la iconografía extenuante de la ciudad de la luz. También bajo las estrellas, con las luces como centellas de la realidad, todo cobraba más charm. El mismo al que ponen significado el ejército de los parisinos de postal.

Puede que rechace el querer aristotélico de Hollywooood y la triste dependencia que nuestra sociedad nos ha impuesto hacia un él o ella. Es más, ahora cuando veo discusiones absurdas de pareja me felicito y reafirmo en mi decisión de estar mejor solo, que fatalmente acompañado. Mi realidad me ha lanzado a la cara tal decisión, pero estando en París la puso (puse) entre paréntesis. Contemplar una primera cita fue mi absoluta fascinación. Voayeur de un dos que empezaba a escribirse, de las miradas tontas, de las palabras por cortesía y las ganas por debajo de la mesa. En cada establecimiento de sabores, de cartas polisémicas, de cocktails orgásmicos, los pares de amantes esperando posición horizontal&vertical se sucedían. Sus labios pedían encontrarse y sus almas subir escalón a escalón hasta lo alto de la torre más fiel. Pura arquitectura de emociones.