lunes, febrero 17, 2014

Amor sin santo



No necesitamos ser esclavos del calendario. Mucho menos en cuestión de sentimientos, porque perderían toda su esencia. Hay quien encuentra negocio en impregnar de corazones nuestra realidad y aspira a imponer su fetichismo de latidos previo pago. Es una tontería supina, porque el querer no se estanca, se desarrolla cual ser vivo. Para bien o para mal. Igual que los seres vivos. Y como sabemos, tantos se han ido por el lado del mal... El caso es que defiendo la valentía del amor continuo. Sin dobleces. De verdad. Nada que ver con el producto de una comodidad mal entendida y una relación cogida con pinzas. No. Aplaudo las parejas que apuestan a la inversa, sin ambages. Que no silencian los problemas, es más los ponen sobre la mesa y son capaces de argumentar, debatir y encontrar salidas oportunas. Me asquea el dejarse llevar por la circunstancia y el roce en suma, sin mediar palabras honestas. Porque esa es la clave. Cada cual sabrá cómo se gestiona en cuestiones horizontales, pero falsear planteamientos de amoríos por cubrir un expediente resulta patético. Siempre digo lo mismo, pero hay quien se empeña en cubrir ese hueco, papel, rol de enamorado con quien sea. Con prisas. Ansiedad y cero criterio. Así no se construye nada, muchachada. Ese tipo de persona suele tener disfunciones varias (esto se escribe habiendo pasado por) y una suma de miedos que impide naturalizar el proceso amoroso. Se vuelcan (o casi) en historias que no aportan más que vacíos y conviven con su necesidad real. Caen en defender lo indefendible, convertir en buenismos los típicos rancismos y así sucesivamente.

Mucha gente que aún no ha llegado a enamorarse se pregunta qué se siente. Justo lo contrario a estas pseudo pasiones. El estómago da ese vuelco. Sí. Lo da. No habrá mariposas, pero algo dentro de ti indica quién es. Así, a las claras. Que luego pegues la vuelta es otro tema. Las entrañas no mienten, nuestra psicología inversa sí. Y en estas la soledad por deconstruir es básica para acceder después al mundo duado. Cada cual debe entenderse, soportarse y, lo más importante, quererse. Sin eso no hay opción para acabar arrejuntado y buscando nidito de dos. Mi nulidad sentimental me ha pesado mucho en el tiempo, pero he llegado al punto de disfrutar de mi yo. Y punto. Ni pienso en esforzarme por, ni aspiro a tener nada con. Es más, me da una pereza horrorosa. Como María José Cantudo, igual. Más cuando sales a las calles y te encuentras con fast food love. O ligoteo low cost. Hordas de desesperación se entregan al trago más frenético. Embutidas presas se alborozan cuando los cazadores disparan. Se me entiende. Que es un rollo macabeo y se necesita a un ejército de CSI para localizar a ejemplares ajenos al embrutecimiento y lo chabacano. Su suma de muescas triunfales supera en número a los que reparten cada día en la cola de la charcutería. Nada fina. Y uno tiene sus límites. Por eso me reía el otro día del San amoroso, que debería mutar de Valentín a Calentín por mímesis con los tiempos que corren. Lógicamente, también en reflexivo. De momento, mi única reflexión es esta. Con amor. Mi amor.

miércoles, febrero 05, 2014

Vuestro



Es de bien nacido ser agradecido. Y ha llegado el momento de rendirme y mostrar mi total admiración y gratitud. Sin ellas, ni yo ni nadie seríamos lo que somos. Porque su suma nos ha permitido hacer del viaje de la vida un ejercicio único. No importa su tamaño, sí su carácter y el tono. Se delatan a sí mismas. Y se pegan, unas a otras, culebreando. Cada usuario se apropia de su inmensidad, acentuando su verdad y jugando con su riqueza infinita. Se regalan y tantas veces se desperdician, pero siempre alcanzan un significado. Analizarlas puede ser tan sesudo como divertido. Muchas veces complican la existencia, poniéndose capas para redefinirse. Me conquistaron de pequeño, desde mi inconsciencia. Y, algunas veces, sufrí mi incapacidad total para verbalizar su esencia. Recuerdo las bromas que me hacían por atreverme a ser mayor, salpicando mi discurso de loco bajito con algunas piezas robadas a la madurez. Por aquella época, me rodeaba tanto de mayores que asimilaba deprisa y corriendo multitud de ejemplares sin saber, ni mucho menos, qué escondían. Porque suelen ser burlonas y travestidas. Otras extranjeras, dudo que con papeles, vinieron para quedarse. Eso sí, la gente se apropia de su valor de mala manera, dando pie a la risión de los más exquisitos.

Algunas consiguen muchos premios, gracias al talento de unos cuantos hábiles en su deporte. Otras tienen mala prensa y se procura alejarlas de los más pequeños. Pero, no nos engañemos, tarde o temprano se rendirán a ellas, incluso a las peor vistas. Se pueden formular de tantas maneras que las nuevas tecnologías consiguen ponerlas en peligro. De pronto, se acortan y quedan en nada, víctimas del trastorno vago de quienes las necesitan. Son de amor. Y de dolor. Hasta un compromiso que no necesita firma. Son tantas, que resulta imposible conocerlas a todas. No habría contactos suficientes en el móvil, ni permisos de amistad en el caralibro. Se manifiestan por las calles, aunque Delegación de Gobierno no conoce mecanismo para contabilizarlas adecuadamente. Hay quien intenta callarlas, borrarlas o someterlas pero su poder acaba ganando en aliados. Lo mismo están en la música que en el metro. En un pueblo profundo que en la gran ciudad. Me fascina su capacidad para ser tan profundas como festivas. Raramente irrepetibles, de ahí su grandeza. Ahora entendéis que necesitara hacer públicamente esta declaración. Vacío de ellas no soy nada ni nadie. Desde aquí doy las gracias a las palabras por haberme dado tanto y lo que os rondaré amigas...