jueves, marzo 31, 2016

El otro Santander



Aunque quede mal, soy de los forofos de su ciudad. Santander me encanta. Creo que es una ciudad única, con rincones mágicos, ciertas debilidades, especialmente en lo social, pero mucho potencial. Por eso me da mucha rabia que haya gente que se queje amargamente de que aquí no pasa nada, no hay nada que hacer, que esto es un rollo, que nadie propone… Están muy equivocados y se lo argumentaré. Puede que mi profesión me tenga conectado a muchas de las cosas que ocurren, a las personas que emprenden o hacen posibles interesantes proyectos. Pero, como todo en la vida, el interés que uno ponga es clave a la hora de gestionar su agenda. Prácticamente todos los días son varios los actos culturales que se suceden en nuestra ‘tierruca’, capital y resto de grandes poblaciones. Cuando no son actos institucionales lo son privados, pero siempre pasa algo relacionado con el arte, la poesía, mayoritariamente la música, etc. Y en diferentes estilos, formatos y propuestas. ¡Qué decir del teatro! Muchos viajan fuera y se maravillan del irreverente microteatro, inconscientes de que en su casa tienen una variada oferta, con gente que desborda talento. Aquí debo mostrar mi cariño por Rosa Casuso, que consigue atrapar interpretativamente con sus alumnos en las distancias cortas. Sin olvidar las grandes programaciones, especialmente la del Palacio de Festivales. Por el león invertido y surrealista pasan cada año grandes nombres de la escena o el séptimo arte. En nada estará, otra vez, mi adorada Concha Velasco. Semanas atrás pude ver desde un musical irreverente como ‘El Cabaret de los Hombres Perdidos’ o una obra dura y reflexiva, como el ‘Pequeño Pony’. Compré las entradas en Internet, a un precio muy razonable, e hice el mismo recorrido que en Madrid pasa por la Gran Vía, solo que nosotros tenemos como cómplice nuestra Bahía. De postal, silenciosa y cargada de historias. 

Hay que estar un poco pendiente de las agendas digitales o en papel que nos recuerdan que este otro Santander es posible. Que nuestras calles tienen interesantes espacios, en los que, antes o después, alguien con mucho que contar se sorprende cuando llena. ¡Es tan raro que aquí nos movilicemos! Por no hablar la cantidad de negocios de hostelería que se están reciclando constantemente, apostando por innovar, en cartas y decoraciones. De todos es bien conocido mi recurrente Agua de Valencia, en Perines. Si te lo propones, no hay que gastar mucho para comer o cenar en buena compañía y en un sitio perfecto para enseñar en Instagram. ¡Viva el postureo! Si quieres y buscas, encuentras. Esto no es el como el amor, aquí hay mayor probabilidad de éxito. Otro foco de alegrías y descubrimientos son los mercados vintages, artesanos, creativos, inquietos que se suceden a lo largo de la región, siempre en fin de semana. Son la oportunidad perfecta para dejarse conquistar por las pequeñas grandes cosas, diseños o bocados. Bien conocida es mi cercanía con el Escenario Market, en cuyo escenario he hecho de las mías, pero siempre que puedo me escapo al StarMarketSantander, con mi querida Irene Cote y su chico como anfitriones. Y qué decir de la naturaleza, la riqueza que a lo largo de toda Cantabria tenemos y no damos apenas valor. Una ruta, paseo o picnic se convierte en toda una experiencia, totalmente lowcost. Lo hacen las celebrities y parecen lo más, pero muchos olvidan la cantidad de experiencias que tenemos a nuestro alrededor y que esperan su momento. Así que menos quietismo y quejas vacías de contenido. Más valorar lo nuestro y pensar que el que se aburre es porque quiere. Menos aplicaciones de móvil para ligar y más realidad, amigos y contextos para subir al Facebook. ¡Viva Santander!

jueves, marzo 17, 2016

Terrorismo de lo cotidiano



Una semana de fiebre y aislamiento sólo ha servido para que llegue a la conclusión de que tengo que empezar a lanzar ‘bombas’. Tal cual. Dejarme de remilgos e historias y empezar a soltar por esta boquita muchos pensamientos y opiniones, que históricamente me he callado por prudencia. Estoy harto del buenismo, el buenrollismo y todos esos –ismos que poco ayudan, sino todo lo contrario. A lo tonto hemos construido un mundo absurdo, de contrastes imposibles y gentes más imposibles aún. Así que mi propósito es no contribuir más a esas vergonzantes realidades, algunas de las cuales sufro por mi total nulidad. Pierdo la personalidad cuando más la necesito, esto es así. Aspiro a levantar muros y barrer tanta basurilla, porque la vida está para gastarla, no para desperdiciarla a base de tonterías. Sé que es común que me venga arriba, me prometa mucho y después siga con mis insufribles, pero es que estoy tan harto. No veo un mañana. Me veo incapaz de alargar algunas situaciones, de tolerar ciertos discursos, aguantar determinadas miradas ajenas y otros tantos ceros a la izquierda.

Cada uno debemos responsabilizarnos del buen vivir, sea cual sea la definición personal. Sabemos nuestros límites, pero sumamos demasiado escombro. No estoy dispuesto a ser el muro de contención de la obra, porque mucha gente te regala un ladrillo envenenado y se cree con la capacidad de cargarte un saco entero. Que lo repartan por ahí y a mí me dejen en paz, que bastante tengo ya con lo que tengo. Las circunstancias me tienen demasiado desorientado, incapaz de decidir cómo orientar energías. Desde bien joven he dado tanto y a mí mismo me he dejado por abandonado por el camino. Y no me da la gana contribuir más a esta ceremonia de la confusión. A este estar sin estar. Al desconocimiento total de mi persona, al anhelo de las ilusiones robadas, de los sueños que se mojaron sobre el papel. Con las teclas se me amontonan las ideas y eso que ganan los silencios. Si algo espero de este año tan vacío es salir reforzado hacia mi propio encuentro. Habrán valido la pena entonces tantos desvelos, lágrimas sin cómplices o ese dolor indescriptible que genera la rabia. Si hay algo que quiero es ser yo, libre y con una vida como los demás. Se acabaron las concesiones, bienvenido(s) al terrorismo de lo cotidiano.