Almodóvar me rescata. Tres noche en buena compañía, la suya. Modo eficaz de minimizar ausencias y egoismos injustos. La hartura requiere ruptura, su cine lo es en sí mismo. Con su mirada descarnada y a la contra ha creado un género cinematográfico que lleva su apellido por nombre. Contemplar cada plano de este arquitecto de lo audiovisual reconcilia con un cine que suele olvidar lo nimio que es máximo. El detalle con lupa, el color como secundario, la geometría y la pureza como cameos perfectos. Juega con sus actores y baila un lento con el espectador hasta darle un pisotón, el de la sorpresa, la crudeza de lo insólito e inhumano. Eso es cine, crear y recrear hasta el enganche, jugando al surrealismo y cuestionando hechos/palabras/miradas que en pantalla presenta como cotidianas. Sin juicios, sólo con el valor de su entrega a su verdad de celuloide. Lo diferente asusta. Eso no es mérito de un genio fotofóbico, se antoja lastre social. Los miedos de muchos no son más que miserias enquistadas. Liberar cada secuencia de la moralina que otros abanderan demuestra que su apuesta de antaño sigue viva, sin concesiones que otros mercantilizan. Lo suyo ha sido el crecimiento exponencial de su verdad. Y aplaudo ese 'aquí estoy yo'. Ojalá todos pudiésemos expresar el caudal creativo así. Pero las bofetadas de realidad se empeñan en frustrar los sueños. Sorpréndete con 'La Piel que Habito'. Olvida prejuicios almodovarianos o no y haz de tu butaca de cine la mejor conexión con el mundo de lo ajeno. Peeeedro, no cambies nunca.
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