No es mi estado de ánimo (ya me
gustaría). Ni el nombre de un nuevo proyecto (no lo descarto). Tampoco el de un
grupo o espectáculo que quiera reivindicar (no sé si tal cosa así nombrada
existe). Lo que quiero reflejar es un nuevo síndrome de este siglo tecnológico,
el del '100% de la batería del móvil'. Vivimos pegados a nuestros teléfonos
como extensiones impropias de nuestra persona. Malgestionamos una dependencia
absurda y complicada que nos lleva a situaciones bochornosas. Llegamos a
desatender a la persona que tenemos enfrente por enfrascarnos en tonterías
varias que nos llegan instantáneamente o por otras conversaciones que somos
incapaces de aplazar a otro espacio/tiempo. Y a todo esto, nos entran los siete
males cada vez que asistimos a la caída progresiva de la carga de nuestro
terminal. Reconozco que soy de los enganchados oficiales con enchufe portátil. El
efecto cargador. Cierto es que por cuestiones de trabajo lo preciso, pero
reconozco que las ocasiones que no tengo posibilidad de recarga me consumo yo
más que la low battery. Nos han hecho creer que sin estas herramientas de
conexión no somos nadie ni nada. Y es una gran mentira. No hay más que
retrotraerse a nuestra propia biografía y recordar lo felices que éramos con
nuestros cauces comunicativos tradicionales. El otro día tuve ocasión de pasar
por una oficina de Correos y me emocionó saber que hay muchas personas que aún
confían en los envíos clásicos. Algunas amigas entrañables no faltan cada año a
su original postal de felicitación y me emociona recibir el soporte en papel,
con sus letras y emociones intactas. No quiero ser una víctima tecnológica ni
sufrir por la nula capacidad de aguante de los aparatitos movilizados. Me
pienso en momentos ridículos maldiciendo la ausencia de batería y restando así
otros momentos de vida que no se transmiten a través de una pantalla. Nos
estamos olvidando de la piel y las miradas y eso resulta preocupante. Escribo
esto con mi teléfono al 100% y la pila rebosante. ¡Qué cosa!
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