Era amor. Así lo sentí. Aquella
noche no prometía nada. El más de lo mismo con las chicas. Nos sabíamos a fuego
la coreografía de cada juerga de verano. Mismos bares, idénticas copas,
absurdos con palabras encendidas. Estaba harta de sentirme dentro de un bucle.
Sí, estábamos de vacaciones y parecía que se imponía brindar a lo tonto,
sonreír por nada y bailar espasmódicamente. Sabía que me llamarían rancia o
aguafiestas, pero cogí mi cartera de mano multicolor, besé a quien pude como despedida
y me encaminé hacia casa sufriendo los tacones. Siempre llevo los auriculares
en el bolso y la noche estrellada me pedía una banda sonora acorde. Tenía ya
puesto el derecho, a punto de completar el par, cuando oí un silbido. En otro
momento no hubiera hecho caso, pero era tarde, la calle estaba desierta y no
era por creerme nada, pero era claramente para mí. Me giré y entonces le vi.
¿De dónde había salido? Apoyado contra la pared, cual James Dean, con una
simbólica camiseta blanca. Sus ojos azules prometían mares de sensaciones,
incluso desde bien lejos. Se quedó quieto, esperando que, cautivada, me
plantificara frente a él y le dijera, por lo menos, ¿quieres ser el padre de mis hijos? El auricular izquierdo truncó
sus expectativas, una vez bien colocado, me di media vuelta con cara de ¡y tú de qué vas, chavalín! y continué
con mi camino. No llevaba ni dos acordes de un temazo cualquiera, cuando me
tocaron el hombro. Me volví enérgica con un mi palma abierta para posarse
contra la jeta del jeta de turno. Era él, más encantador en las distancias
cortas, parando mi bofetón impulsivo con una sonrisa de anuncio. Soy Carlos. Me quedé tan parada, que no
me salían las palabras. Te he estado
observando toda la noche, continuó. Debí parecerle gilipollas, porque
seguía embobada repasando esa cara perfecta, su mirada que prometía historias,
aquellos labios que aseguraban escándalo. Perdona
nosécómotellamas, si te molesto me voy. Me reí, con una de esas risas que
llevan asociada una cara de tonta importante. Las mismas que de peque eras
incapaz de ocultar con el chico que te hacía tilín. Y este, sinceramente, me hacía tolón, tolón. Perdona, me has
asustado. Lo siguiente que recuerdo es que nos fundimos en un beso largo,
húmedo, como rodado a cámara lenta. Aquella gallardía tuvo recompensa, pues me
dejé llevar y acabamos refugiándonos en un portal cercano. No hizo falta
verbalizar nada, porque las construcciones linguolabiales monopolizaron el
contexto.
Pasados unos besos de más… Soy Marta.
Encantado. Y continuamos el
ceremonial de conocernos. Mi piel parecía feliz, con la carne vibrante de
festín. Nunca me había pasado enzarzarme así, sin prolegómenos, con tanta
intensidad. Vivo cerca. En ese momento se me aparecieron todas las
Vírgenes a las que nos hacían rezar en el cole cada mañana. No era ninguna
mojigata, pero siempre había pretendido una coherencia sexual, y tener unas
cuantas citas base para que entraran en la mía para marcar un tanto. Hasta el
momento lo había cumplido, pero Carlos, ay, Carlos. Se levantó, evidenciando
que algo más estaba en lo más alto, y me llevó espontáneamente. Aprovechando,
eso sí, todo el camino para seguir buceándonos. Ni en mi mejor película podía
imaginar un coprotagonista así. Llegamos a su casa. No me pidas detalles,
porque no sabría dártelos. Se quitó la camiseta blanca, los vaqueros,
limitándose a unos slips, también blancos, que no podían ocultar que tenía
mucho amor que dar. ¿Estoy depilada? Me
ofusqué por un momento pensando en los pelos o no pelos, pero si los había no
parecía importarle. Me recorrió con ganas, hundiendo su mejor versión para trasportarme
lejos, sellando varias veces mi pasaporte de la pasión. ¿Orgasmo? De limón y
todos los sabores. Aquello no fue una escena de cama, fue una saga perfecta,
bien escrita a dos. El calor del verano nos pegaba, pero así, juntos, hicimos
historia. Al menos, en mi historial de niña en busca de querer. Dormimos
desnudos y abrazados, terminando en un fundido a negro. ¿Fue real?, dirás. Claro que lo fue. Irrepetible. Porque a la
mañana siguiente hubo desayuno perfecto y más besos, una auténtica orgía de
salivas. Y así se acabó todo, porque Carlos desapareció. Su explicación,
sincera y directa. Es verano y en verano
yo escribo los besos con v. Hoy contigo y mañana, quién sabe. Pero limitarse es
un error. Me quedé tan cuajada, que sólo pude recoger mis cosas y escapar
con la música a otra parte. Adiós, vesos.
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