Desaprendí a contar los noes cuando entendí que nunca
seríamos uno. Entonces se me paró el tiempo y pensé que ya nada volvería a
tener sentido. Sí, vivía con el drama incorporado y en bucle hasta que llegó él.
No pidió permiso. Sólo sonrió y dejé que su verdad me hiciera derretirme. Hasta
entonces había asimilado que junto a la definición de corazón roto saldría ese
retrato que me hiciste en playa. Nos creíamos felices y plenos, pero en
realidad estabas planeando cómo acabar conmigo. Con todo. Pensarás que no tiene
sentido escribirte, pero mis palabras son esa terapia que tanto te gustaba. Me
pedías una frase cada noche, a modo de resumen, consiguiendo que el reto de lo
cotidiano me resultara cada vez más difícil. Quería impresionarte, mostrarme
creativo y talentoso. Pero tu aura era tan infinita, que me empequeñecía sin
haber marcado un punto y aparte. Nunca fui capaz entonces, ahora he tomado la
distancia que su salvavidas me ha marcado. ¿Te he hablado ya de él? Claro, lo
estoy haciendo.
Seguro que a tus ojos sería un niñato soñador. Porque no
oculta que son sueños su particular gasolina. Que se impulsa y brinca entre la
realidad con pasión. En eso me recuerda a ti. Te admiraba tanto. Con él me pasa
lo mismo. A cada segundo se descubre arrebatador y perfecto. Siempre hablábamos
de dos mitades fundidas, como se quedó mi corazón en tu ausencia. Siempre te
dije que no era bueno en los tránsitos y que los destinos finales me asustaban.
Lo sabías y me abrazabas tan fuerte que me sentía protegido. Siempre. Contigo. Repito,
el uno que nos arrebataste. ¿Por qué? Nunca alcancé a entender ese adiós que me
vació. Recuerdo que te fuiste de casa como cualquier otro día. Un beso de
labios cómplices y esa mirada que me hacía tanto bien. Y así firmaste nuestro
adiós. Fundido a negro. Negro luto. Había quien me llamaba frívolo, pero es lo
que sentía. Guardar el dolor y no aspirar a curar la herida. He vuelto con él a
esa postal. A nuestros entonces y me ha gustado saber que entiende que nuestro
fuimos jamás manchará este presente de luz. Porque si me pides una palabra para
él, como tantas veces hacías con las personas que nos rodeaban, diría luz. La
electrificante que me devuelve a la vida y la sobrenatural que le hace
especial.
Ahora es cuando me confiesas que es el auténtico regalo de
despedida. Que esperabas este momento para que me volteara feliz. Ciertamente,
lo necesitaba. Y ha tardado en llegar. Me habrás visto caminar sin rumbo,
perdido e incapaz de entender que mis momentos estaban huérfanos de dueño. Te
pienso y dejo que te cueles por la ventana. Esa a la que te asomabas con cara
de pícaro, desafiante y seguro. Sabrás que sigo en casa. La nuestra. No me
resisto a despegarme de nuestra historia. Él escucha tus bondades y hasta habla
de ti como si también le pertenecieras un poquito. Me conmueve. De vez en
cuando se me escapa una lágrima espontánea y la hace suya con una delicadeza.
¿Pero era necesario? Aún suena el teléfono fijo y me estremezco. Mi grito se
recuerda en el vecindario como anecdotario del dolor sin derrama. Esa la pagué
yo solo. No necesitaba herencia. Quería tus caricias, los silencios, los
domingos tontos. Todo. Te quería. Te quiero. Porque el querer nunca se elige.
Lo sabías y lo sentirás estés donde estés. Gracias por tantos capítulos. No te
pierdas este continuará porque no permitiré que él se vaya contigo. Otra vez,
no.
Relato basado en (des)hechos irreales, ¡inspiración de aeropuerto!
1 comentario:
En realidad qué cantidad de (des) hechos irreales conforman esta historia? Demasiada verdad desprende para que provengan, exclusivamente, de tu imaginario... O me equivoco?
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