Siempre que me reencuentro con lo que fui, lo que pisé, viví, sentí y padecí me quedo en estado cuasi catatónico. Pero no puedo evitar la necesidad de la vuelta, del padecer esa nostalgia que me atrapa pero que al tiempo me pide renovación, borrón y sensación nueva. Y es que en Madrid soy yo pero como elevado a una potencia ulterior que me hace sentirme mejor, más capaz, vital y hasta optimista. Por mucho que acabe cansado de tanto pateo y visionado capitalino, pero esa felicidad no me la roba ni el peor de los recuerdos, ni la más tristes de las imágenes de aquello en lo que me convertí en este túnel de tantos colores, pero de negruras de tono subido. Aún así, las palabras de quienes se hacen querer, de quienes te dan todo a cambio de momentos, de compartires al viento o al solazo, de diversiones impulsivas, de contextos que aparecen de la nada para nuestro atrape. Todo nos hace y da sentido a estas huidas de quita y pón que me hacen crecer, vivir, tener otra perspectiva de mi mismidad.
Aquí disfruto de cada mirada, de cada desplante, de cada loco con su tema, de los surrealismos que nos engrandecen como género humanoide, de los excesos necesarios, de las rebajas de esquina y lujos de entreplanta, de los rostros que son para los demás, de las sonrisas robadas y los sueños desvelados... Todo en cúmulo hace especial que los segundos madrileiros sean otra cosa. Como lo soy yo, hacinado para darle a la tecla pero feliz al saber el mundo de todo y nada que me espera en el umbral de la puerta. Voy a cruzarla y espero dejar atrás mis recuerdos rotos, los despejos de un pasado que evito en zigzag porque, por suerte, soy otro sin dejar de ser yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario