Muchas cosas nos definen como seres humanos o en proceso. A día de hoy me apropio de la descompensación vital y acabo como un descompasado de libro. Porque alejo de mí aquello que deseo con fuerzas, lo cual es vil, cruel y patético al tiempo. Porque miro a mis contornos y la sensación de vómito me supera, por varios flancos. La existencias de surrealismos absurdos integrados incomprensiblemente a la capa social, frente a las bondades en suma de otros tantos que hacen de capas sayos duales me enternece y encoleriza 2x1. Será que estoy en oferta, pero ni los centros comerciales me asumen. Ni yo mismo, lo cual es tristoncio.
Hace un tiempo, desde que la vida me demostró que es efímera y doliente de por sí, que mi esquema en derrumbe me dejó rodeado de escombros. Por más que el instinto de superación y los extras de apoyo ajeno hayan intentado capear el temporal de materiales vertedéricos, el resultado es poco óptimo y las vías de solución se antojan complejas. Ni una buena disposición crea milagros, porque la realidad es cómo es y los sentimientos, las extrañezas, las dudas, la inseguridad y demases de palpito doloroso no se desdibujan en cero coma. El discurso, no pretendidamente catastrofista por más que se apunte a él así cual diana, no cambia por el cúmulo de pesares enquistados, por la desesperanza ya no súbita sino compañera, y porque la espiral tiñe de negro algo que pudo ser arcoiris.
Así es cómo me encuentro, así es cómo lo plasmo. Quisiera gritar muchas cosas, aclarar otras tantas, derrocar muros y poner puntos sobre las íes. Pero nunca fui demasiado luchador ni un aspirante a héroe, mucho menos super-ídem.
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