La realidad agota. Y las preguntas se amontonan. Cuando menos nos lo esperamos el impacto nos hace tambalear nuestros esquemas de vida, de querer, de soñar. Apelamos a la justicia o su ausencia, incrédulos del dolor inmenso que provoca cualquier tipo de ruptura. Llámese volteo, quizá explosión. Cuando todo cambia nos inquieta y sobrecoge. Y es que nunca pensamos en la posibilidad de ser protagonistas de ningún tipo de giro biográfico. Un mantra para hacernos fuertes y estar preparados frente a la adversidad sería ¿y por qué no? Aunque a todos nos gustaría ser heróes cotidianos, poderosos e invencibles, debemos asimilar la opción negativa. Pese a los ejercicios de desigualdad social que nos azotan y asquean, la igualdad ante el mal nos equilibra sin remedio. Tenemos que estar preparados e integrar la opción inesperada, incluso temida.
En el cúmulo personal de desvaríos y cuentos para no dormir, fue una persona sabia y coherente quien me instruyó en el camino del ¿y por qué no? Lema breve pero eficaz. Despertar en palabras frente a nuestro ego sobreprotector. Hay fantasmas que trascienden las sábanas y se nos escenifican sin avisar. Y no existen conjuros ni pócimas mágicas. El propio misterio de la vida, la rueda de los días y el destino nos superan. Si entendemos que el mundo no es perfecto y nosotros mucho menos nos liberaremos de un peso fatal.
No es cuestión de taladrarse, pero sí de optimizar pensamientos, buenos y malos, bonitos y baratos, adultos o infantiles. Todos. En el reverso de cada idea buscaremos la mejor versión de cada una de ellas. Es cuestión de intentarlo, de sonreír pero sin arrinconar la lágrima. ¿Y por qué no?
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