En un mundo en el que buscar
buenas noticias parece una batalla perdida ¿quién desenfunda las armas?
Acumulamos testimonios y miradas de desolación. La inversión en saber ha
resultado tan absurda para muchos que pierden el horizonte. Caminan cual
zombies en esta realidad de vergüenzas aireadas y miedos camuflados. Nadie dijo
que fuera fácil vivir. Ningún papel de este folletín aseguraba estabilidad ni
buenos alimentos. Pero ¿esto? Buceamos entre el fango para encontrar un futuro
digno. Por mucho que la dignidad se haya atrincherado o escondido en un paraíso
fiscal. La pérdida de ilusión, vocación, sueños crea ejércitos de
incomprendidos y vacíos de contenido. Aparece la culpa y la tristeza. Lógica respuesta
frente a los abusos de poder, del mercadeo laboral, de la broma que no es tal. Hablar
de futuro es contar un cuento de final desdibujado. Esto no es Hollywood ni
mucho menos Disney. Lágrimas de impotencia contrastan con los despiadados, los
trincones, los imposibles, los falsos moralistas. La tontería viene a ocupar un
espacio impropio, natural de los hechos importantes, decididamente silenciados.
No interesa que se aireen tantas verdades que clavan puñales. Tantos cheques
que vuelan y no precisamente en low cost. Las desigualdades salen de paseo con actitud
esquiva. Interesa una sociedad de contrastes. Compadecer al desvalido para
reírse de él por detrás. Hoy más que nunca la pregunta ¿qué he hecho yo para
merecer esto? cobra sentido. Ni Almodóvar hubiera escrito un guión tan
surrealista y despiadado. La película no ha hecho nada más que empezar.
Seguiremos informando.
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