No es por aguar la fiesta a
nadie, pero en el fondo me alegro por la repentina baja por depresión del
cielo. Su llantina desdibujará disfraces y fantasías, pero me resulta la mejor
metáfora del estado de las cosas. Con la que está cayendo ni las nubes aplauden
unas carnestolendas absurdas. En tiempos de males opto por la reflexión y no
por los gastos públicos en absurdeces ni puestas en escena. Bastante tenemos
con nuestro personaje a cuestas todo el año y el cómic de días que unos tantos
bastardos han relatado. Los mismos que se han reído de propios y extraños
portando maletines y abriendo sobres. Me niego a celebrar la indignación, se
debe gritar y patalear, pero no llenar de purpurina. Con mis neuras y traumas
siempre preferí ser uno mismo que emular a otros en telas de trapillo. Antes de
juntar estas letras informaban de un nuevo suicidio por desahucio. Otro más. Y así
no hay quien se ponga la máscara, imploro que muchos se la quiten y, de verdad,
rescaten nuestra realidad. Esa de la que ellos se ríen entre vinos y putiferios
de descaro. Sumo surrealismos, testimonios de injusticia, parados de retorno
confuso, ilusiones robadas, miradas perdidas y el resultado es desolador. Me
cuesta encontrar la luz y positivizar el trece. Los profesionales estamos en
tierra de nadie, de muchos Don Nadie. Comparsas humanas que despliegan
incultura y fanfarronería a partes iguales, aprovechados de la necesidad. Ladrones
de ideas, malos (o nulos) pagadores, tóxicos por definición. ¿Son ellos los
payasos o nosotros por seguir tragando? Hace mucho que perdí mi nariz roja,
pero me da miedo que mute el color de mi corazón apasionado, de entregado a mis
causas. No quiero dar tanto poder a los Reyes del CarnaMal. Pero corro el
riesgo de desfallecer. Y estas penas no se van cantando, ni escribiendo…
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