viernes, febrero 08, 2013

CarnaMal



No es por aguar la fiesta a nadie, pero en el fondo me alegro por la repentina baja por depresión del cielo. Su llantina desdibujará disfraces y fantasías, pero me resulta la mejor metáfora del estado de las cosas. Con la que está cayendo ni las nubes aplauden unas carnestolendas absurdas. En tiempos de males opto por la reflexión y no por los gastos públicos en absurdeces ni puestas en escena. Bastante tenemos con nuestro personaje a cuestas todo el año y el cómic de días que unos tantos bastardos han relatado. Los mismos que se han reído de propios y extraños portando maletines y abriendo sobres. Me niego a celebrar la indignación, se debe gritar y patalear, pero no llenar de purpurina. Con mis neuras y traumas siempre preferí ser uno mismo que emular a otros en telas de trapillo. Antes de juntar estas letras informaban de un nuevo suicidio por desahucio. Otro más. Y así no hay quien se ponga la máscara, imploro que muchos se la quiten y, de verdad, rescaten nuestra realidad. Esa de la que ellos se ríen entre vinos y putiferios de descaro. Sumo surrealismos, testimonios de injusticia, parados de retorno confuso, ilusiones robadas, miradas perdidas y el resultado es desolador. Me cuesta encontrar la luz y positivizar el trece. Los profesionales estamos en tierra de nadie, de muchos Don Nadie. Comparsas humanas que despliegan incultura y fanfarronería a partes iguales, aprovechados de la necesidad. Ladrones de ideas, malos (o nulos) pagadores, tóxicos por definición. ¿Son ellos los payasos o nosotros por seguir tragando? Hace mucho que perdí mi nariz roja, pero me da miedo que mute el color de mi corazón apasionado, de entregado a mis causas. No quiero dar tanto poder a los Reyes del CarnaMal. Pero corro el riesgo de desfallecer. Y estas penas no se van cantando, ni escribiendo… 

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