Es todo apellido. Pero su nombre resume su cine. Su mirada en fotogramas, sus diálogos sin concesiones, esa capacidad de titiritero capaz de exprimir a sus actores, su estética identificativa, todo eso y mucho más es Pedro Almodóvar. El estreno de ‘Los Amantes Pasajeros’, todo un éxito sin precedentes numéricos en su filmografía, refleja las ganas del público de reencontrarse con una historia firmada por él. Cuente lo que cuente arrastra masas y despierta críticas. Porque el cineasta es de esos que suman filias y fobias en equilibrio. Esta vez prometía la vuelta a la comedia histriónica, irreverente, excesiva… almodovariana en definitiva, que cimentó su mito. Del paseo por tripas e historias oscurantistas, el manchego desplegaba ahora las alas de un avión, del que nunca abandonó el asiento. En su día a día debe epatar con el carácter imposible de sus personajes. Dicen de él que es pura excentricidad, explosión de palabras y ocurrencias a cascoporro. Precisamente en su nuevo filme abusa pretendidamente de vestir de grandilocuencia low cost todo lo que ocurre y de vulgarizar humorísticamente lo que quiere contar. Ha demostrado que es capaz de mucho más y mejor. Pero se ha quedado en lo superficial para construir su broma de constante sexo oral (el que se cuenta y el que se practica).
Cierto es que encontramos verdad, incluso valentía, en el planteamiento de algunos temas tabús en este país necio. Pero desvirtúa toda la puesta en escena con las tonterías de risa fácil que tanto le demandaban. El elenco desigual de intérpretes de relumbrón y cuerpos de celuloide (poco más) resulta un tanto frío. Soberbio Carlos Areces y eficaz Javier Cámara. Pero el resto de muñequitos abusan de la sobreactuación y pierden punch en primer plano. Capítulo aparte merece el retrato patético de un prototipo de homosexual, que si bien existe, no se puede presentar como genérico. Al final que un supuesto referente de la causa arcoíris minimice la realidad y personalidad gayer con lugares comunes y vicios ‘maricas’. De él se puede y debe esperar ir más allá de las generalizaciones. Porque su cine no es uno más. Él menos. Y sus protagonistas tampoco debieran serlo. Peeedro, rencuéntrate y luego nos cuentas.
Cierto es que encontramos verdad, incluso valentía, en el planteamiento de algunos temas tabús en este país necio. Pero desvirtúa toda la puesta en escena con las tonterías de risa fácil que tanto le demandaban. El elenco desigual de intérpretes de relumbrón y cuerpos de celuloide (poco más) resulta un tanto frío. Soberbio Carlos Areces y eficaz Javier Cámara. Pero el resto de muñequitos abusan de la sobreactuación y pierden punch en primer plano. Capítulo aparte merece el retrato patético de un prototipo de homosexual, que si bien existe, no se puede presentar como genérico. Al final que un supuesto referente de la causa arcoíris minimice la realidad y personalidad gayer con lugares comunes y vicios ‘maricas’. De él se puede y debe esperar ir más allá de las generalizaciones. Porque su cine no es uno más. Él menos. Y sus protagonistas tampoco debieran serlo. Peeedro, rencuéntrate y luego nos cuentas.
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