Los días siempre son una fecha. Y
la de hoy es de esas que uno recuerda. Más si compra el cupón. Por la
redundancia numérica que nos hace gracia, más que nada. Porque, al final, cada
24 horas que pasan son una oportunidad. Y la necesidad de convertir cada
momento en algo especial. Nos empeñamos en grandilocuencias, en metas
montañosas, en absurdos de frustración y menguamos el disfrute intrínseco de la
realidad. Como corderitos nos dejamos llevar por la prisa colectiva y la
ansiedad de vida. Así transitamos entre picos psicotrópicos de emociones y
lamentos, entre risotadas histriónicas y latidos descompasados. Vamos de un
extremo a otro sin pasar filtros y acusamos tanta vorágine en suma. Está claro
que hay muchas circunstancias que se nos escapan, pero tenemos un poder inmenso
de decisión. El de marcar el estado de nuestras cosas, el de entendernos y
escucharnos para bien. Empezando por nosotros mismos y extendiendo después el
ejercicio a los demás. Y desde ese punto, construirnos en positivo, relativizar
para bien y atinar los impulsos. Sí a la terapia de contextualización perfecta,
no al machaque perturbador de sensaciones.
Quien inventó el pesimismo se retiró a las Maldivas. Nos dejó una papeleta guapa y un baile non stop con la más fea. En cambio, el ideólogo del positivismo se las ve y se las desea para inocularnos con su esencia. ¿Por qué? Nos va lo duro y sus efectos en cascada. Almas de cántaro roto... Necesitamos reaccionar y accionar nuestros pasos. Suficientes nos vienen dadas como para no esquivar de serie. Pero no quiero dejar constancia del once del once como una pataleta hecha palabras. Todo lo contrario. Quiero levantarme con pasión hacia un mundo que necesita valientes, energía a raudales, decisiones y apuestas de corazón. No me vale un no, porque hay otras dos letras que nos mantienen despiertos y siempre alerta. Porque podemos, sabemos y debemos. Quererse no es un trámite, es una máxima. Y a quien no le guste que mire su ombliguismo. Mañana es un folio en blanco que espera párrafos auténticos. No olvidar las mayúsculas ni los puntos suspensivos...
Quien inventó el pesimismo se retiró a las Maldivas. Nos dejó una papeleta guapa y un baile non stop con la más fea. En cambio, el ideólogo del positivismo se las ve y se las desea para inocularnos con su esencia. ¿Por qué? Nos va lo duro y sus efectos en cascada. Almas de cántaro roto... Necesitamos reaccionar y accionar nuestros pasos. Suficientes nos vienen dadas como para no esquivar de serie. Pero no quiero dejar constancia del once del once como una pataleta hecha palabras. Todo lo contrario. Quiero levantarme con pasión hacia un mundo que necesita valientes, energía a raudales, decisiones y apuestas de corazón. No me vale un no, porque hay otras dos letras que nos mantienen despiertos y siempre alerta. Porque podemos, sabemos y debemos. Quererse no es un trámite, es una máxima. Y a quien no le guste que mire su ombliguismo. Mañana es un folio en blanco que espera párrafos auténticos. No olvidar las mayúsculas ni los puntos suspensivos...
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