Hay personas de paso y muy pocas de peso. Pero, sin duda, él
tenía una misión que cumplió con creces. Dignificar la libertad, luchar sin
descanso por el amor sin barreras, sin prejuicios. Hoy nos hemos levantado con
la triste noticia del fallecimiento de Pedro Zerolo. Un hombre que nos deja muy
vacíos, porque su ejemplo de ciudadano íntegro, luchador, dialogante, capaz no
encuentra sustituto posible. Tuve ocasión de conocerlo hace unos años, en las
distancias cortas de la palabra. Aquella no fue una entrevista, sí una charla
cercana en la que sus ojos inquietos y sus manos en idas y venidas lo contaban
todo. Eran su carta de presentación. Hablamos de muchas cosas, pero nunca
olvidaré su gratitud. Quería ser escuchado y no se cansaba de articular, una y
otra vez, aquellos derechos robados que tanta sangre, sudor y lágrimas le
habían causado. Por suerte, pudo ver y vivir un país más decente, igualitario y
social. Trabajó tanto porque así fuera. No necesitaba más bandera que él mismo.
Nombre y apellidos que fue la suma de un todo. Un símbolo. Su partido no se lo
puso fácil, pero no cejó en sus empeños, y jamás se rindió ante los misiles de
intolerancia ni el verbo pacato de los neandertales de la moral cerrada. Esos
que torpedearon siempre, y lo siguen haciendo, víctimas de sus miedos. Él si
los tenía se los callaba, porque sólo quería un mundo mejor. Y lo era, hasta
que se cruzó en su camino la palabra maldita. La misma que le consumió, pero no
le hizo pequeño, ni calló su voz. Gracias, Pedro, por tanto. Fuiste un ejemplo
único, un político sin más cartera que la dignidad. El arcoíris llora tu
ausencia, pero allá donde estés volverás a demostrar quién eres y cómo, con
personalidad, uno deja un legado irrepetible.
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