Anoche no tuvimos capa de
Ramontxu, doce uvas, champán ni lentejuelas. Pero quien niegue que asistimos a
la auténtica NocheVieja, poco asume en sus carnes el calendario. Y es que hoy,
1 de Septiembre, comienza el año nuevo. El real, sin dobleces, con toda su
carga de propósitos, ilusiones, retos, ansiedades y ese largo etcétera que cada
cual escribe en sus agendas. Es ahora cuando nos planteamos todas esas tareas
pendientes, esos idiomas imposibles, esa lucha contra la lorza, esas conquistas
aún sin nombre… Aspiramos a voltear nuestras carencias, jugamos con la idea de
encontrar nuestra mejor versión, esa que siempre nos queda pendiente de
escribir. Y, queramos o no, entramos en un bucle complicado. O no conseguimos
ese listado kilométrico y nuestra frustración se torna en ansiedad. O bien nos
pasamos en redefinir nuestro yo y la tontunez nos despista inexorablemente. Así
que más vale tener cuidado y no ser
presos de estos anhelos de otoño incipiente.
Cierto es que llega un momento que incluso esta fecha pierde esa inercia genial, la de los días marcados, el uniforme, la mochila y demás complementos del buen vivir. ‘A primera experiencia’, citando a un sabio, reconozco que hace tiempo que me despedí de esa corriente y me enfrento a un nuevo mes nueve con incertidumbre. Ahora más que nunca. En mi ‘despacho’ casero pesa la hoja en blanco, la duda y el dolor de un contexto difícil. En el que buscar trabajo se convierte en un videojuego de misión imposible y hablar de estabilidad parece un mal chiste contado a destiempo. Me encantaría vivir despreocupado, no dar importancia a todo lo que me atormenta, reírme sin miedo ante tanta absurdez, pero me cuesta. Y mucho. Me pienso y miro atrás, orgulloso de tanto esfuerzo, consciente de los altos precios que tuve que pagar, aunque parece que no fueron suficientes. Así, con todo esto, me da mucha pereza este Septiembre que viene a agitar los días de tantos y las conciencias, supongo, de otros. En mi caso, me hace algo más pequeño. Y eso me da mucha rabia, lo reconozco.
Cierto es que llega un momento que incluso esta fecha pierde esa inercia genial, la de los días marcados, el uniforme, la mochila y demás complementos del buen vivir. ‘A primera experiencia’, citando a un sabio, reconozco que hace tiempo que me despedí de esa corriente y me enfrento a un nuevo mes nueve con incertidumbre. Ahora más que nunca. En mi ‘despacho’ casero pesa la hoja en blanco, la duda y el dolor de un contexto difícil. En el que buscar trabajo se convierte en un videojuego de misión imposible y hablar de estabilidad parece un mal chiste contado a destiempo. Me encantaría vivir despreocupado, no dar importancia a todo lo que me atormenta, reírme sin miedo ante tanta absurdez, pero me cuesta. Y mucho. Me pienso y miro atrás, orgulloso de tanto esfuerzo, consciente de los altos precios que tuve que pagar, aunque parece que no fueron suficientes. Así, con todo esto, me da mucha pereza este Septiembre que viene a agitar los días de tantos y las conciencias, supongo, de otros. En mi caso, me hace algo más pequeño. Y eso me da mucha rabia, lo reconozco.
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