Sobraron las palabras. Desde
lejos sus miradas dialogaron de la forma más fluida que jamás pudo imaginar.
Esa que tan bien contaban las películas y que nunca se imaginó llegar a
protagonizar. Siempre creyó que la expresión ‘siento mariposas en el estómago’ era lo más cursi del mundo, y se
reía para adentro cuando se la escuchaba a sus amigas. Porque sí, tendrían
mucho en común, pero su concepción del amor era diametralmente opuesta. Ellas
se empeñaban en defender ese romanticismo de nubes de algodón, mientras Lena se
distanciaba de los sentimientos edulcorados. Se reivindicaba como racional. Con
todas las letras. Aunque aquella noche estaban tan en el suelo como la ropa
interior sin costuras que estrenaba, para no marcar gomas antimorbo. En ese
momento, por mucho que le costara identificarlo, y más reconocerlo, tenía
mariposas máximas revoloteando esas entrañas de acero. En su discurso de
soltera con causas, siempre defendió que no existen prototipos, que sus
sentimientos poco tenían que ver con esquemas prefijados, que lo suyo era una
conexión por encima de físicos… Hasta que apareció ÉL. Ciertamente su sonrisa
eclipsaba por sí misma, pero toda la estructura perfecta que acompañaba, ese
pelazo con el que jugaba arrebatador, unos ojos que prometían océanos de
pasión… Vamos, que si hubiera tenido que dibujar a su príncipe de colores, el
azul volvía a decir era ñoño, sin duda era ÉL. Intentó disimular, jugando con
su copa, perdiéndose entre los surrealismos ajenos, pero volvía a reencontrarse
con el mejor ejemplar que fusionaba la química y la física que jamás hubiera
soñado.
Mientras las chicas se agitaban espasmódicas al ritmo de la juerga
desenfrenada, ella apenas articulaba movimiento, como incapaz de accionarse. Se
imaginaba a su lado de un salto, ajena a la realidad discotequera. Jamás pensó
que aquel lugar fuera a esconder un tesoro en forma de latidos descontrolados.
Su actitud pacata debió llamar su atención, porque no tardó en acercarse y con
la mayor naturalidad susurrarle algo al oído. Una mezcla de nervios y reggaetón
psicotrópico impidió a Lena descifrar su mensaje. ÉL se dio cuenta de su
asombro sorderíl e hizo lo que un galán de telenovela. Agarró su muñeca y, sin
carruaje pero con los modos principescos, la condujo a la calle. Ese trayecto
le pareció tan eterno como mágico. El roce de su piel anticipaba unos fuegos
artificiales premium, nada de burdas repeticiones o petardazos de mucha mecha y
poca chicha. Fuera, Lena siguió en su estado catatónico, mientras ÉL se
presentaba encantador, le interrogaba por su curiosidad buscándole toda la
noche, interesado en saber si tenía o no competencia… Su mudismo fue la
respuesta más precisa, que encontró premio, en forma de un beso largo y vivido.
“Si besan bien, follan mejor”, decía
su amiga Yess. ¿Por qué no comprobarlo? ÉL tenía el guión perfecto, sabía qué
teclas tocar para mariposear a la mujer de hielo. Pocas palabras más y un ático
de soltero de oro fue la siguiente parada. El contexto perfecto para perderse a
dos entre espasmos inolvidables. Eléctricos. Frenéticos. La suma del uno más
uno fue su mejor matemática en aquella noche, que comenzaba con una Lena
escéptica y acababa como una Lena deseada y desfogada, orgasmos mediante.
- — Tía, Lena,
te has quedado frita. Pero has debido tener un sueño húmedo, porque tenías un
careto de feliciana.
- — ¿Qué
dices? ¡Qué vergüenza! Pero tengo un pálpito, hoy tenemos que salir…
Ilustración | Pablo Sikosia
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