La realidad y la ficción se dan la mano para decirnos que no
corren buenos tiempos para el amor. Hace unos días vi la película ‘Los
Miércoles No Existen’ y me preocupó el mensaje desesperanzador, negativo y
cruel del mundo de la pareja. Por un momento, quise poner en cuarentena la suma
de relatos pesimistas, el cuestionamiento cruel a los quereres treintañeros,
pero poco después hice un escaneo rápido a mi alrededor y me di cuenta que es
la tónica general. Afortunadamente quedan unas pocas, sanas y estables relaciones,
dignas de un altar mayor, que aplaudo y venero con todas mis fuerzas. Pero,
ciertamente, son las menos. Por lo general, nos hallamos ante la soltería con
frustración y desánimo o frente a un miembro/a asociado/a a una pareja
disfuncional, de difícil entendimiento, pero en conveniente estado de ¿confort?
Respeto esta opción de vida, pero me parece un castigo innecesario. Querer bien
parece difícil, pero hacerlo mal deliberadamente, a sabiendas que esa historia
es el peaje a la infelicidad, no me acaba de cuadrar. Que hay personas
dependientes, que no saben estar en soledad… Lo sé, durante un tiempo lo
padecí. De ahí que ahora pueda escribir esto y aconsejar a cualquiera a estar
bien (o mejor) desde la individualidad y desde ahí esperar que el destino o
Cupido hagan el movimiento adecuado. Ese que difícilmente llega si nos
replegamos o nos escondemos tras una pantalla de ordenador o móvil.
La
tecnología está enterrando el misterio de la seducción. Consumimos cual fast
food a personas, olvidando sentimientos y elevando ideales en objetivo de caza.
¿Dónde quedan las personas? En el buzón de eliminados o tras la X de no me
gusta. Así, nos dejamos llevar por prototipos que sólo existen en nuestra
cabeza. Porque, qué son esos tipos, sino límites que nos imponemos. Desde esa
exigencia boicoteamos muchas opciones. Incluso a sabiendas de los pésimos
resultados de tal o cual carácter, rasgo o personalidad. O lo que es lo mismo, habitualmente
somos nuestros peores consejeros a la hora de hacer el retrato robot a nuestro lover
de cabecera. Luego está la comunicación y más bien su ausencia, que da al
traste con la mayor parte de los romances. No aprendimos lo necesario de las
tramas intensas de 'Sensación de Vivir' o 'Melrose Place' y caemos, sin remedio, en
los mismos errores. Parece que la sinceridad, la honestidad, la transparencia
quedan reservadas para definiciones del rosco de 'Pasapalabra' y muchos deciden
enterrar historias por no hablar con su pareja, ni dejar las cosas claras. Encontrar
o encontrarse es algo indescriptible, sí, pero también un ejercicio de
responsabilidad que empieza en uno mismo y termina en el otro. Ojalá llegue el
momento que nuestras relaciones estén limpias de polvo y paja y se cuenten en
otra película (alerta spoiler) con final feliz.
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