Los tópicos venden. Aseguran la
risotada y unas cifras de taquilla históricas. Vascos, andaluces, catalanes… Y,
¿qué hay de los cántabros? De los santanderinos, para ser más exactos. Son
muchos los rasgos de común denominador (STV,
Santander de Toda la Vida) que nos
definen, pero hay uno que me resulta perturbador. En una ciudad pequeña, con
ínfulas de quiero y no puedo, tan única como acomplejada… Se repite, en exceso,
el fenómeno de la memoria selectiva. Por gracia de la tontunez compartida. Aquí
nos conocemos prácticamente todos, pero nos hacemos los nuevos, a ver si cuela.
Lo peor es que sí lo hace, porque la otra parte contratante reproduce el modelo
de despiste/olvido/gilipollez social. Y el bucle no cesa. ¿El sentido? No dar
el brazo a torcer y reconocer que cualquier tiempo pasado pudo ser peor y los
recuerdos en común, un tabú que más vale esconder. Porque aquí somos muy ‘maricomplejines’, demasiado de piar de
los demás sin piedad y poco de ejercer la mirada propia a lo que viene ser el
ombligo. Así que las calles se llenan de idas y venidas a discreción, evitando
saludos, con auténticos retorcimientos ‘espontáneos’
para evitar holas mayores.
Cierto es que se da el fenómeno contrario, el otro
extremo que ‘a grito pelao’ escenifica historias en común y se llena de
aspavientos. Tampoco es eso, pero desde aquí apelo a la naturalidad, a
comunicarnos sin dobleces y a defender la memoria histórica que nos define.
Porque, queramos o no, somos producto de la suma de momentos pasado/pisados y
las personas que los dieron vida. Santander tiene un potencial enorme y se
queda ahí, estancada, porque somos cómplices de un modelo de ciudad dormida.
Tenemos que agitarnos, reconocernos y defender lo nuestro sin pudor. Lo ajeno
lo elevamos a los altares, lo nuestro lo cuestionamos sin remedio. Así es como
nos limitamos y quedamos siempre en una zona de confort que pasea de El Sardinero a Castelar, sin representar a los vecinos de verdad, los que cada día
ponen las calles y no se les caen los anillos heredados. Nos hemos conformado
con vender ese señorío de pijismo
recalcitrante cuando, en suma, somos otra cosa. No llegaremos a socios de un
club de raqueta y postín, donde intuyo tampoco todos se saludan o si lo hacen
es con hipocresía del postureo.
Comemos algo más que patata cocida, pero nos callamos nuestro sentir
santanderino, nuestra verdad, y así nos va. Hola
fulanito, ¿qué tal? ¡Cuánto tiempo! ¡Estás igual...!
Ilustración | Jordi Labanda
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