sábado, octubre 13, 2018

¡Maldito ladrón!



Hace tiempo que empecé a mirarme desde fuera y pude sentir que no era quien me gustaría ser. Es más, no me reconocía. El maldito punto de giro, la mala decisión que pesó demasiado, el entonces que lamento, una mala suma que arrastro. El tiempo ha pasado (y pesado) demasiado desde entonces. Menguando el yo que construí honestamente y desdibujándome hacia un ser bastante triste. Reconozco que tengo mis momentos, que sé dar a ciertas teclas para no hacer del drama mi telenovela íntegra, pero siento que la trama principal ha mutado para mal. O peor. Voces ajenas, de gente decidida y valiente, asumen que todo es decisión propia, que la realidad muta al antojo, pero lo dudo. Asisto a mi infelicidad como espectador sufrido, ejerciendo de dramas. ¿Hasta cuándo? Convivo con el pellizco y la duda, absorto en mi drogaína.

El monstruo que me atropelló para siempre. Alimento su voracidad, incapaz de frenar el exceso, la obsesión y la nulidad que impone al resto de facetas. No me importa reconocerlo, porque de no estar en su jaula feroz, me empequeñezco más para volverme del todo insoportable. Necesitaría un mágico equilibrio, saber vivir, respirar y relajarme. ¿Por qué no te lo permites? ¡Reacciona! Es más, te lo has ganado, podrás pensar. Pienso que son los miedos los que me bloquean. Haciéndome ridículo, un desastre de dimensiones infinitas. Perdiendo mucho. Demasiado. Y todo por no saber gestionarme y relativizar. Triste, absurdo, patético. Todo y más. Obviando el egoísmo, por respeto al resto, por decencia y dignidad propia, tendría que ser capaz de recolocar las piezas. De liberarme y sentir, sin dobleces ni lamentos. Conozco la cara B y es dantesca, pero me empeñó en serpentear por el vértigo. ¡Qué cruel! Ojalá pudiera retroceder y reescribirme, porque he perdido mucho y temo que es tarde para actualizar la vida que me robé.

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