Puede que las prisas nos lleven a
radiografiar demasiado rápido a las personas. O que la experiencia permita
identificar al vuelo cómo son. El caso es que llevo un tiempo compartiendo el
mundo de las taras, las propias y las ajenas, descubriendo que nuestro grado de
tolerancia es cada vez más reducido. Creo que nos perdemos mucho porque ese
aguante ha menguado infinito. Somos seres llenos de miedos, rarezas y
absurdeces que nos construyen, así que no hay nada malo en aceptar a los otros.
Está claro que es importante conocerse y conocer, pero también entender y
empatizar. Se nos olvida que las realidades cambian y muchas veces están
ocultas bajo capas de superación. Ese ejercicio de seguir, pese a todo o todos,
es muy sano. El recrearse no ayuda, por mucho que resulte un peaje necesario.
Los últimos meses han sido convulsos, intensos y creo que han supuesto un
aprendizaje que valoraré con el tiempo. Me quiero quedar con eso y hacerlo
extensible a los demás. Porque la vida nos regala momentos y personas que no
debemos relativizar, sino todo lo contrario. Para bien o para mal, todos somos
unos imperfectos tarados.
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