Necesita abrir los ojos bien
fuerte para asumir que este momento no es un mal sueño. El día que tenía que
celebrar la vida se siente encerrada, pero llena de un cariño que traspasa
pantallas. Y es que el confinamiento nos está dejando ser y sentir, por mucho
que el bicho nos difumine. Ella se lo merece todo y más. Que sea su cumpleaños
nos impulsa a devolver todo lo que nos da sin condiciones. Cercana, entregada,
humana, leal y tantos adjetivos que en suma hacen su verdad. Llegó para
completar una familia que construyó su castillo de princesa desde el deseo más
profundo. Desde bien pequeña demostró esa nobleza que no entiende de clases, sí
de sonrisas espontáneas. Esas con las que conquista hasta en silencio y que
dibuja cual arcoíris invertido. Nunca necesitó el despropósito para encontrar
su hueco. Y así fue rodeándose y entregando toda su esencia a amistades que se
convertirían en legendarias. Feliz y llena con pocos que hacían un mucho. Así
crecía volcada en disfrutar de las pequeñas cosas. Puede que no tuviera una
vocación ni el peligro de la ambición, pero nunca se desvió de su camino. Con
paso firme se hizo mujer y ni todo el maquillaje del mundo emborronó sus
valores.
Cumple en casa. Entre las cuatro
paredes que han sido escenario de su evolución. Con ausencias a flor de piel y
lágrimas que emocionan. Porque nadie nos entrenó para asumir que el querer nos
esperara al otro lado de la puerta. Con las calles vacías y los corazones
llenos. El hecho global nos iguala, aunque lo de empatizar viene de serie en su
escala de persona achuchable. Somos cuatro los cómplices coronados y, sin duda,
cogió el timón del hecho insólito desde el principio. Valiente y decidida a que
el mal se empequeñeciera. Demostrando una capacidad de superación que hoy no
necesita quitar el lazo. Porque el regalo lleva su nombre. Reconozco que admiro
esa capacidad para voltear la realidad y entregarse sin límites. No necesita
filtros para mostrarse tal cual. Son veintitrés los años que abraza y parecen
pocos a su lado. Las fiestas quedan pendientes. Por suerte, los abrazos y los
besos no caducan. Llegarán y serán tan inolvidables como este olvidable
confinamiento.
Orgullo de hermano es valorar que
puede hasta con los imposibles. Más saber que siempre estará ahí para quienes
coprotagonizamos su historia. Con su carácter protector y esa mirada sincera. Unas
cuantas palabras son insuficientes para expresar el infinito que dibuja a su
paso. Me encantará escribir su siguiente capítulo desde la libertad, respirando
el aire puro y soplando las velas en bucle. Laura no olvidarás este hoy, no
olvides que tuyo es el mañana.
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