La nostalgia de las palabras me
lleva a este título. Era un niño cuando nos liberaban de las clases para
dedicar un tiempo a cuidar la mente. Lo justificaban como un entrenamiento
dinámico y experiencial con el objetivo de avivar nuestras destrezas
matemáticas a base de aplicaciones más prácticas. Eran ejercicios proyectados
en un monitor y con una cuenta atrás para calcular las diferentes series. Aquella
actividad puntual suponía un oasis en lo cotidiano de los libros. Saltábamos del
aula y sabíamos que la excursión estaba asegurada. No recuerdo la frecuencia,
sí que nos sorprendían con estas escapadas que tenían todo de desconexión. Nada
que ver con nuestro momento actual, aunque el fondo me recuerda mucho a
aquellos instantes. Especialmente por dar valor al pensamiento, estrujarnos
para mostrar la mejor versión y reflexionar lejos del más de lo mismo. Ahora la
pandemia nos ha sacado de nuestras supuestas zonas de confort y se ha propuesto
tambalear todo el sistema de valores y emociones. Entonces éramos alumnos
entregados y motivados con esa dosis de experimento productivo. Hoy estamos
confinados de forma global, asistiendo a una insólita muestra de lo efímero que
nos rodea. Así, en la intimidad de las casas y con la alarma generalizada se
desatan nuestras verdades más primarias.
Si somos lo que sentimos,
cualquiera se presta a abrirse en canal. Porque todo está tan en el aire que
nuestros pensamientos echan humo. Hay quien aplaude el efecto lupa para
profundizar en esos adentros, esperando futuras ventajas de tanto aislamiento. No
dudo que la sabiduría de supervivencia nos dé una poderosa lección, pero me da
un vuelco en el estómago si tengo que pensar en ese mañana libres de bicho. Ojalá
que todo pase y sepamos volcar lo aprendido, filtrar la entraña y
reconstruirnos en sociedad para bien. Y es que cada día la cifra de víctimas me
golpea muy fuerte. Mis círculos de vida se libran, de momento, del contagio o
la dolorosa despedida. Eso no evita que el shock me paralice. Sé que no puedo
caer en el miedo, pero asumo que es humano el imaginarme arrasado por el
enemigo viral. En primera persona o con los míos sumando a la curva, cuando no todo
lo contrario. Sin duda, nadie nos preparó para este ejercicio tan a flor de
piel. Caos, vacío y dolor hacen de esta realidad una pesadilla compartida.
Aquel pequeño del principio vivía
ajeno a toda crisis. Miraba con curiosidad y no entendía de distancias
impuestas. Sería perfecto cerrar los ojos y volver a protagonizar un mundo sin
héroes por necesidad. Que las misiones con o sin capa fueran puro
entretenimiento. Seguiré soñando y viajando a ese pasado que me hacía parar sintiéndome
imparable.
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