Un fenómeno amenaza con peligro de extensión y efectos colaterales y devastadores. Las orejas poco gachas pero bien abiertas, con ansia de absorción del gentío ajeno, sus palabras, historias, sonrisas y conversaciones varias. Y es que cada vez son más las personas que no se cortan y ponen sus antenas al servicio del cotillismo insólito, en los tránsitos de un autobús atestado, en un metro a hora punta, en los contextos de espera desesperantes o no, en los pasos de peatones, en las colas infinitas del tenderío procaz... Todo vale, cualquier momento, cualquier frase dicha por otro y cazada al vuelo para ejercer la vigilancia auditiva. Acompañada, claro está, del fiche del total look, con caras de asqueo, pues la aprobación es escasa.
Sería un falso o puerco insincero si dijera que nunca ejercí de tal o tuve momento de surrealismo cotillista. Claro que lo he ejercido. Pasa que en la actualidad debo tener muchos pájaros en la cabeza, o mariposas buscando su hueco estomacal sin éxito como para perder el tempo narrativo con este ejercicio de la búsqueda culebronera de los anexos de la vida. Esos secundarios puestos por la institución de lo social, que llenan espacios como nadie y dan el cante o cantazo a la mínima. Y como decía, de pronto me he sentido objeto de la escucha ajena, o analizado con escáner de mirada oxidante, lo que despierta mis peores instintos. Trato de controlar mis bajas pasiones y no lanzar un desaire, pero cuesta de enero y hasta julio.
Lo que más llama mi atención es el nulo disimulo de esos otros, que no ves pero te ven, te chequean y te cuestionan. Por tu ropaje, tu música, tu pelazo, tu cara de pocos amigos o de mono de la jungla... Qué se yo y a quién le importa. Pero pasan de lo menos desapercibidos, parece que gustan de la exageración en su mirar, en su escucha aparatosa. Como en una morbosidad de ser descubiertos y aceptados en su manía cuando no adicción a lo impropio. Quizá para cubrir sus vacíos y saberse llenos del movimiento y caminar externo, como en un espejo absurdo del que quieren apropiarse.
Y así es cómo se nutren del mal o bien del anónimo que pasa a ser protagónico. La inspiración de relatos de recreación de las escuchas o visiones difusas. Todo para reforzar su estatus de vigilantes extremos, de chupópteros de la conversación o el ser complejo que les rodea. Con tal de construir, de validar su canalleo y de vanagloriarse del enjuiciamento, todo vale. Triste humanidad.
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