Aunque cada día crezcan cual setas de bosque los entendidos, en toda la extensión del término y significaciones petardas posibles, es cierto que las entendederas humanas se reducen en estos momentos de pánico masivo. Y es que por mucha crisis o recesiones económicas, la Bolsa de la memez social no desciende, y las hordas y tordas de tontaines y tontainas de la vida, menos. Venido de un evento me encuentro, con mucha carga viral de la estupidez de esta tierra infinita. Algo que por mucho que pase el tiempo sigue despertando mi lado más iracundo.
Y es que entre damas y damos elegantes sin necesidad botulímica o de sobrecarga de accesorios, había los ejemplares contrarios, empeñados en hacer de la llamada de atención su tabla de básicos o dieta equilibrada. Aunque dudo de su equilibrio ante sus múltiples contracturas por practicar la mirada por encima del hombro, el desdén interiorizado y la maldad viperina. Se saben, se conocen y se reproducen por esporas entre otros defensores cuando no -oras de la bobez. En el ya famoso arte de la apariencia y la superficialidad supina. Creyéndose lo que no son, escalando en importancia de forma impostada.
Me quedo con las gentes que en saraos de belleza dudosa aunque en 2x1, siguen teniendo una buena conversación, un gesto amable, una noticia sorprendente, una mirada cómplice. Quienes de verdad gustan de hacer bien las cosas y cuidar a la gente. Estamos escasos como para dar patadas a los pocos bienhechores que sostienen el lado positivo de lo divino y lo humano.
Y, me reitero, qué duro es ver, intuir o palpar algo deseable que no te pertenece. Si es que el destino me roba el frenesí.
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