Con ánimo de repetición o caída a mis propios infiernos, no puedo por menos que glosar los surrealismos de esta ciudad que aspira a ser abanderada con un mástil que demuestra que el tamaño sí importa. Al menos para las instituciones. Donde los enchufes siguen generando electricidad demasiado estática y absurdeces inmundas, que nos configuran a todos para mal. Pero ése es otro tema. Mi ánimo o des-ídem es noctámbulo, merodeado por fierecillas indomables e inmundicias de peligro de extensión. Y es que siempre lo supe, pero a día de hoy más. Mi grado de tolerancia al otro o en plural está bajo mínimos. Quizá sea un raro, antisocial o estúpido. Aceptamos diferente como animal de compañía. Es algo que siempre traté de asumir, pero que resulta tarde harto compleja.
Puede que salga desanimado o preste en demasía atención al contexto y los humanoides que lo configuran. Resultaré un intolerante o criticón mayúsculo. Pero lo cierto es que lo paso mal asistiendo a la ceremonia de tontainadas reunidas que dan contenido a las lunas en brillo. Entre el gremio púber desatado y chaperizado, deseoso de entradas no sólo monetarias... La avidez adulta y adúltera de tocamiento pecaminoso, con ojos fuera órbita... Los bailes de supuesta sensualidad y efectos bílicos... Las parejas desparejadas, enajenadas en sus fluídos... La drogaína que minimiza la capacidad neuronal... Y los musiqueros, perdidos en mixes incomprensibles que ni Massiel con grados más en vena toleraría.
El resultado de todo son ganas de escape, huida, risa sin fin o lágrimas negras. Como el elefante en la cacharrería que se sabe extraño y extrañado. Fuera de contexto y casi sin posibilidad de retorno. Porque cuando los ojos ven episodios fantasmagóricos el remedio ya deja de ser opción. Y así, en la irrealidad de lo real inasumible me siento sumido. La reacción / acción sería paródica. Pero se antoja necesaria. ¿El sentido? Desconocido. Quizá sea el destino quien marque los pasos, horas, situaciones y personas... Que actúe, aunque en su falsedad.