¡Cuánto pesan los años! Casi más que los kilos. Es lo que deben pensar esas gentes de autocrueldad que se someten a procesos de deconstrucción supina, para recrear un ser paródico de sí mismos/as. Y es que la operación al canto (rodado) está de plena actualidad. Ayer, en un evento de esta sociedad de pega y pichiglás, compañeros de profesión y tecleador presenciamos la mayor convención de señoras quirofanadas y botulímicas que nuestra entendederas alcanzaran a integrar. Ellas, en su estiradez plena, parecían contenidas, pero en realidad estaban tensas, mostrando las maldades del señor que manipula sus facciones en busca de la eterna mamarrachez. Es el efecto de tener dinero y no conocer más crisis que la propia, que se invierte en lo ridículo y pasea el ídem entre atónitos y viperinos con ganas de carnaza. La misma de la que no prueban bocado para no desequilibrar su ingesta y parecer livianas. Ridículas. Los años son los que son y no hay nada mejor que pasearlos con dignidad.
Pero ellas en su estatus y en sus prieteces consentidas se creen damas de copete. Siempre rodeadas de adláteres ridículos, muchos también tocado o re-, no sólo en ristra y rostro, también en las intimidades de lo íntimo, donde se dejan hacer como quien no quiere la cosa. Armarios de abrir y cerrar. Visto y no visto. Y es que para lo que hay que ver (y oír) más vale salir corriendo.
Coincidimos varios en lo cruel de las primeras impresiones de escasas gentes. Las arriba cuestionadas se afanan en no dosificar sus presencia ni sus consciencias. Pero sí que hay humanidades mal promocionadas a golpe de visión, pero capaces de derrocar prejuicios o críticas con la verdad absoluta. Al tiempo hay quien sigue defendiendo la propia apariencia y el medalleo de pega como modo de vida. Es triste que en reductos de la nada alguien considere que puede imaginar para sí un mundo que no le pertenece. Ejemplos de la tontería todos. Curiosos cuando tocan la esfera política y se forman lagunas mentales y babosas de pleitesía. Por ahí no paso. Ni trago.
Otra cuestión sería la de la profesionalidad. Recreada, fantasiosa o absurda. Son tantas las variantes. Pero la autencididad y el título están en desuso, a favor de lo pseudolaboral. Sin garantías ni recursos, pero con más cara que espalda, hay quien aún hoy se cree más con base menos infinito. Y los palmeros que permiten surrealismos tales tienen más culpa que los protagonistas de la cosa. Será que entre unos y otros se rifan los bonos de inyección y/o proyección. ¡A mí que no me miren!
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