Hay palabras que punzan. Que suponen de por sí un impacto, de leerse o verbalizarse. Y ya ni digamos de sentirse. Y es que los vacíos se hacen lagos sin fin. Las montañas rusas se convierten en parques temáticos del drama. La soledad es una mujer que no entiende de visitas, ella sólo contrata largas estancias. Y así, el suma y sigue de lo patético. Del puzzle vital que jamás desearías pero que el destino te ha conjurado. Y cuando el tiempo no reconcilia, sino todo lo contrario, sobreponerse o relativizar se antojan ejercicios utópicos. Porque el fango ya ha cubierto toda la realidad. Sólo quedan retazos de yoísmo, recodos de salvación casi agónica. Como terapia a lo que queda por venir.
Menos acá del amor hay más cuestiones de merma personal, esas cargas que minan en conjunto hasta la explosión. Puede ser algo paulatino y camuflado como autodefensa, pero el calendario se encarga de contabilizar heridas y procurar su coloración doliente. Y no aparece quien lama con compasión auténtica ese mal grandilocuente. Y si aparece descuadra la verdad y hace de la vida una mentira, un camino de espinas por esperar lo imposible. De lejos, palpitando, estremeciendo en las distancias cortas pero alejando los suspiros por el sentimiento de impertinencia.
No se me ocurre más que la inercia, que el vivir sin sobresaltos. Lo contrario puede ser fatídico. Pero es triste saber que el devenir angustia. Que la infelicidad se ha instalado en tu almohada y tiene intenciones de ser huésped por infinitos sueños. Los mismos que más vale desdibujar, porque el castillo de anhelos es la crueldad ficcionada. Y quién quiere una ficción por vida...
1 comentario:
Desengañate: la ficción es lo único auténtico que tenemos; la realidad es un puro accidente. Sólo en lo inventado podemos ser nosotros mismos. A crear, majo.
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