Injustos. Así somos muchas veces con los demás y con nosotros mismos. Por nuestros umbrales de exigencia, de expectativa, de ansia, de deseo, de vida... Rabia me da que esa injusticia incorporada se enquista en ocasiones en forma de personas innecesarias, de mal encaje, pero que acabamos asimilando como propias. Y no, cada día estoy más en el camino de saber rodearse, con calidad no en cantidad. Sin forzar nada, dejando que sea la naturalidad, la verdadera esencia lo que empaste entre dos. Por evitar una mal entendida soledad nos vemos en la espiral de personajes vacíos, limitados y dispares de tu ser. Da pena saberlo y aceptarlo como obra del destino. En mi punto del hoy no quiero tal.
Así que en estos días cuando he ejercitado el buen reencuentro, los momentos que valen su peso en oro, las risas sin lata, las miradas cómplices, las palabras edificantes, el cariño que brota del músculo corazonado... Entiendo que me equivoco. No hay que darse a todos, que Dios los cría y ellos se juntan, y se hacen compañía.
Por eso me miro al espejo, al de la verdad descarnada, al del paso del tiempo, al de asúmete, asúmelo y me gusta lo que veo. No más concesiones, sí ilusiones pero con contenido. Déjate llevar por quien bien te quiere, mismamente quien te hará llorar pero de felicidad, de crecimiento, de futuro...
Miro al cielo y está despejado. Miro a mi firmamento y también. Puede que haya vacantes, pero ninguna low cost. Miserias, las menos.
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