A veces las sumas no me cuadran. Las verdades se me agolpan y los instintos más básicos se me mezclan con las necesidades bien resueltas. Puede que los seres dependientes al carecer de confianza no sepamos construir bien nuestro mundo. El yo se nos queda corto y pecamos de otra cortura al depositar en los demás tanto que se antoja empacho. Pero de ahí a desdibujarnos del todo y ser marionetas de los otros me parece un peligro. Vivirlo, sentirlo y padecerlo puede resultar fatal. Lo veo y pienso lo triste que es hasta dónde somos capaces de llegar, de enfangar realidades con tal de reforzar al manantial de subsistencia. Es una adoración roída en obsesión. Y qué hay del sujeto altarizado que se endemonia sin remedio... Pasa a vivir este surrealismo inquietante. ¡No puedo más! Cuánta careta espera una patrulla basura.
Mientras, ni sonrisas, ni avances. Sin ilusiones, sin frenos. Encerrado en lo cotidiano que no me pertenece. Echando de menos lo simple de un latido feliz. Pero el tiempo niega, el hecho condena. Y los ogros facturan sin responsabilidad. Vivir para contarlo.
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