Lo sé. Soy débil. Y con poses de adolescente incurable. De ahí mi vínculo irrefrenable a bebidas púber y a series marcadas por el acné y la tontería supina. Mi último descubrimiento -tardío- en materia culebrón tvaholic es Gossip Girl. De casualidad me topé con este folleteen donde el cotilleo se encumbra a la categoría de necesidad vital. Con la maldad adosada sin remedio. Y las brujas como diosas del imperio de los chismes, los trapos y los chulazos. ¿Quién no ha soñado con ser el rey/reina del mambo? Tener una corte de adláteres encantados de cumplir deseos y chiquilladas. De despertar suspiros a cada taconeo o paso feroz... Es humano querer verse en la diana para bien o para mal, a sabiendas que los tronos siempre provocan estas filias y fobias con efectos incalculables.
Desde que tengo uso de razón supe que la materia chismosa formaría parte de mis básicos. Y así lo he ejercido con tenacidad, dando motivos a la sin hueso para cortar trajes deshumanizados a la vez que retorcer historias. Porque para qué engañarnos, la exageración es justa y necesaria en toda cadena cotilla. En ningún epicentro social me faltó compañía ni ganas para compartir informaciones ni exclusivas. Más o menos mordaces, más o menos fuertes, fuertes, fuertes... Pero siempre he encontrado los medios para parlotear a destajo sin descanso. Puede que el saberme sujeto recíproco haya ayudado a mantener en el tiempo la práctica charlatana.
Y es salir una noche (anoche) y entender que el cotilleo incluso sobre los desconocidos es un arma de destrucción masiva que sirve para parapetarse de los horrores sociales que la jungla urbana nos depara. Se ve cada cosa en formas, maneras, vestimentas, caras, gestos, bajezas que sólo inspiran equilibrios viperinos y bilis por litros. Así que Reina Cotilla, te estoy esperando. Sólo puede quedar uno...
No hay comentarios:
Publicar un comentario