Las cabriolas de mi destino siempre me devuelven por Navidad a la capital reinante. La misma que tanto me dio y me quitó de un plumazo. Sus calles, gentes, estreses sirven para conectar con un pasado y replantearse un presente. Es curioso cómo nuestra geografía emocional nos posiciona y determina respecto a tantas cosas. El caso es que este volver tiene muchos frentes por abrir, ventanales por los que deseo entre el aire fresco, frío. No me importa, sé que me impulsará. Porque de tanto reencuentro siempre aprendo cosas. Y estoy en ese camino. No como tantos, abnegados en su ombliguismo. Centrándome en esta categoría asqueante, anoche tuve la oportunidad de ver un show en directo de una diva de nueva generación y encontrarme cual hormiga en un pajar rodeado de semejantes borricos.
Hay gente que debió tachar la palabra educación de sus diccionarios elementales y pasea su neandertalismo con orgullo. Más allá de las pintas y formas chonistas tan extendidas, que merecería una tesis infinita, me ocupa y preocupa esta gente que disfruta amargando al resto. Puede que en plena inconsciencia de ingesta alcohólica, drogaínica o de estupidina. Me da igual que me da lo mismo. Empujan, molestan, pisan, tiran líquidos o fluídos de casi todo tipo. Sin la menor preocupación por causar una molestia o incomodidad en otros. Son malas formas son tales que despiertan instintos básicos de violencia y desvarío en sus víctimas. Sin comerlo ni beberlo (ellos agotaron las existencias) te encuentras con un cabreo que no viene a cuento y perdiendo la concentración de tu verdadero interés, por el sufrir de cuatro mamarrachas mal peinadas.
Entre el rebaño de vomitivos y vomitables personajes hallase un popular estilista surrealista. Un farsante que vende a la galería una imagen de glamour y sofisticación, cuando lo que dejó mostrar fue un puestazo y pésimos modales que rompería con su imagen perfecta. Si es que nada ni nadie es lo que parece. Ni se merece una publicidad gratuita en estas letras. Pero que bañara de sus tragos a los demás, brincara arrítmicamente y haciendo peso frente a otros que habían pagado euro a euro su cara entrada... Pésimo. Lo malo es que este tipo de manifestaciones de estupidez se dan en cualquier espacio, cada día con mayor énfasis. Les hay que consideran que pueden hacer de la tontería una carta de presentación. Vaya tropa. Más vale salir corriendo o contratar un concierto privado aunque sea con María Jesús y su acordeón para evitar tanta actitud horrible terrible.
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