Abrió los ojos. Habían pasado
diez años. Para ella fue solo un instante. Pero algo había cambiado. Todo. La película
de su vida se aceleró hasta llegar a ese momento. No entendía qué hacía allí, en
aquella cama incómoda, protagonista de una habitación insípida. Quiso abrir su
mirada con un parpadeo ansioso. Hasta que lo vio. Él. Dos letras que tanto
habían inquietado sus días. Notó el paso del tiempo en su rostro. Las preguntas
querían abrirse paso entre respuestas, pero seguía entubada. Presa del destino.
Entonces el fantasma de la irrealidad se acercó a su rostro y sintió la
compasión, la misma que siempre había rechazado. Quería sentirse única,
especial, deseada. Y siempre resultaba minimizada por su sentimiento. Ese querer
inmenso la aprisionaba frente a sus silencios y a tantos miedos. Una secuencia
de película que se la antojaba indigna. ¿Después del sufrimiento queda más
sufrir? Pasaron las horas y la verdad siguió dilatándose. La culpa se fundió
con un sentir dormido. Ella siempre había descubierto sus cartas mientras él
temía no estar a la altura de la partida. Aquella noche pensaba abrir su
músculo cardiaco, impulsado por los besos al aire, cansado de los bandazos de
amor no correspondiente. Y pasó. El golpe, los nervios, sonido de ambulancias,
las dudas… y el tiempo. Así no te quiero. Frase de duelo y rencor. Rechazaba la
posibilidad de un amor en circunstancias. De rebote. La cobardía pudo con él. Ella
naufragó frente a la verdad. ¿Por qué el amor huye? ¿Por qué los latidos no se
descodifican fácilmente?
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1 comentario:
Because love is often the beginning of the word bitterness
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