¿Qué fue de mi ingenuidad
emocional? Pasan los años y la realidad me obliga a cuestionar mi idealismo
romántico. Las nulas experiencias, la toxicidad del corazón y la crisis del
mercado merman cualquier esperanza de encontrar un amor real, digno del
preciado color azul. Si sumo testimonios, palabras, circunstancias de parejas
cercanas me distancio con temor del túnel de las relaciones. No acabo de ver la
luz al final de su recorrido y no será por ganas. La incomunicación que tanto
mal está haciendo a nuestra sociedad se ha apoderado por completo del mundo de
los ‘enamorados’. Silencios, mentiras, cuentos, manipulaciones varias no deben
entrar en el juego del querer. No es por caer en el pesimismo, pero no quedan
muchas personas que te miren a los ojos y aspiren a perderse en la noria de los
días. Prefiero asumir este tremendismo que coleccionar cromos de amantes
pasajeros, prestidigitadores de la emoción fugaz, de piel a piel. Y luego la
nada. El adiós o ni eso. Devoramos la frivolidad, cultivamos los cuerpos como
lechugas, rebosantes de hojas pero manchadas de tierra. Hay que filtrar y
depurar cualquier ingesta pseudoamorosa. Porque corazón solo hay uno y no es de
piedra. El museo de los que se besan regala muestras insólitas cada día. Pares dispares,
otros no tanto, de película. Todos sirven para accionar el mecanismo fantástico
de la ensoñación. Del tú y yo por escribir. Por conocernos. Por fusionar
horizontes, lunas y plurales. Si existes, razón aquí.
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