Hay síndromes que van contigo. Que te acompañan e incluso llegas a reformular. Todos sabemos lo que es el Diógenes, hemos visto imágenes de asaltos a casas putrefactas, dejadas de la vida y de lo cotidiano. Algo dio un giro en las cabezas de sus víctimas y se convirtieron en desperdicio sin conciencia. Una pena, como lo sigue siendo el tratamiento de las enfermedades mentales, tanto a nivel mediático como popular. Caemos en tópicos burdos, definiciones vacías, hacemos chiste del tabú. Pero nos conformamos con el argumento constante de ‘así somos’. Presos de nuestra paletada por bandera. Aunque retomo, me posiciono y asumo mi problema, que lo es, con el afán por acumular. Con tres manifestaciones básicas: ropa, papeles y sentimientos. No es un juego, es un auténtico drama, porque lo mismo me duele en el alma deshacerme de una prenda mítica, que de un papelajo caduco, que de una emoción personificada. Su suma se antoja asfixiante y excesiva. Y esto supone una barrera constante, un museo de los horrores y los errores que me acompaña sin remedio. Porque no soy capaz de ponerlo. Las cosas pueden ser reemplazadas para bien, pero las personas difícilmente. Todos han tenido un papel intransferible, han contribuido a la mejor versión de mi mismo. Y por mucho que haya soltado lastres mantengo archivos imborrables. Admiro a quien camina con levedad de equipaje, capaces de resetear y eliminar ad infinitum. Yo trato de sacar la cabeza entre la basura. De pisar el pasado y mandarlo al reciclaje oportuno. Pero me cuesta, porque me duele hacer vertedero de lo que fue imprescindible. Agoto mis espacios y canalizo malamente toda esa carga. Supongo que de liberarme sacaría muchas cosas buenas, daría opción a la reescritura plena, pero me da miedo el hacerlo y afrontar el vacío. Así que sigo en mi acumulación imperfecta hasta que alguien me rescate. Si me veis en las noticias alegraros.
viernes, noviembre 30, 2012
Diógenes emocional
Hay síndromes que van contigo. Que te acompañan e incluso llegas a reformular. Todos sabemos lo que es el Diógenes, hemos visto imágenes de asaltos a casas putrefactas, dejadas de la vida y de lo cotidiano. Algo dio un giro en las cabezas de sus víctimas y se convirtieron en desperdicio sin conciencia. Una pena, como lo sigue siendo el tratamiento de las enfermedades mentales, tanto a nivel mediático como popular. Caemos en tópicos burdos, definiciones vacías, hacemos chiste del tabú. Pero nos conformamos con el argumento constante de ‘así somos’. Presos de nuestra paletada por bandera. Aunque retomo, me posiciono y asumo mi problema, que lo es, con el afán por acumular. Con tres manifestaciones básicas: ropa, papeles y sentimientos. No es un juego, es un auténtico drama, porque lo mismo me duele en el alma deshacerme de una prenda mítica, que de un papelajo caduco, que de una emoción personificada. Su suma se antoja asfixiante y excesiva. Y esto supone una barrera constante, un museo de los horrores y los errores que me acompaña sin remedio. Porque no soy capaz de ponerlo. Las cosas pueden ser reemplazadas para bien, pero las personas difícilmente. Todos han tenido un papel intransferible, han contribuido a la mejor versión de mi mismo. Y por mucho que haya soltado lastres mantengo archivos imborrables. Admiro a quien camina con levedad de equipaje, capaces de resetear y eliminar ad infinitum. Yo trato de sacar la cabeza entre la basura. De pisar el pasado y mandarlo al reciclaje oportuno. Pero me cuesta, porque me duele hacer vertedero de lo que fue imprescindible. Agoto mis espacios y canalizo malamente toda esa carga. Supongo que de liberarme sacaría muchas cosas buenas, daría opción a la reescritura plena, pero me da miedo el hacerlo y afrontar el vacío. Así que sigo en mi acumulación imperfecta hasta que alguien me rescate. Si me veis en las noticias alegraros.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario