Por
la gloria de San Juan se nos acumulan los rituales para (des)quitarnos de lo
malo y emprender una nueva etapa ‘mágica’. Esto dicho por Rappel embutido en un
tanga o Esperanza Gracia mirando a la vez a Cuenca y Pontevedra queda
fenomenal. Pero la realidad es otra. Las hogueras echan básicamente humo e
impregnan tu ropa de ese olor tan característicamente hogueroso. Otros efectos
no probados quedan confinados a las conjeturas vendibles de magos de madrugada.
Por muy divertidos que me parezcan sus protocolos a quemar, me fascina más el
surrealismo de Aramís Fuster que lo que pueda llegar a decir. En fin, que me
pierdo. Llegado el caso de perpetuar la quema indiscriminada de males varios, a
todos se nos acumula una pila infinita de candidaturas a fuego. Desde
circunstancias horribles, las que vivimos; a personajes borrables (políticos,
banqueros, reales irreales…); actitudes vergonzantes, incomprensibles e intolerantes
que aún sufrimos; actos de terrorismo amoroso sino amistoso o
cruel (esos que dejan traumas); pensamientos destructivos, torpezas varias,
negatividades enquistadas, nulidad de corazón… ; mentiras, vanidades patéticas,
egos mal llevados, hipocresía de manual; enchufes que no dan luz sino ceros
infinitos sin merecer… Podría volcar mucho más malrollismo en palabras, pero no
me apetece. Desde luego que todo eso me encantaría se erradicara de la faz de
nuestra realidad, porque caminaríamos más ligeros, perderíamos menos energía en
bobadas, sonreiríamos mucho más y nadie confiaría en la necesidad de pasarse
por la hoguera para aligerar el peso maléfico.
En
la noche más corta del año siempre me resultó más divertido los que se pasaban
por la piedra en plena playa, ajenos a los otros, fogateando en el uno contra
otro. También los que asumían que a la fiesta uno iba a beberse hasta el
infinito, ejerciendo ese dicho tan Massiel que uno acude a los eventos (ella
dijo bodas) y se emborracha por educación. Los grupos de amigos que se pierden
y se encuentran en plena ebullición adolescente. Primeros besos, magreos
arenosos, tonteos con la orilla como testiga. Cuando no esos desnudos tan
impulsivos como previstos (estreno de ropa interior de marca mediante) para
mojar las entretelas y exponerlas a la Luna. Es mi iconografía sanjuanera. Hace
mucho que no doy relevancia especial a esta fecha y casi diría que a ninguno
otra. Porque con los años he entendido que todos los días son potencialmente
únicos como olvidables. La dependencia del calendario no va conmigo. La
ingenuidad por un bienestar sí. Al final tendré que pedir hora con cualquier
bruja de manual y entregarme a la quema perfecta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario