Cuando
creía que el amor era un invento de los grandes almacenes y de los abogados
para firmar divorcios, aterrizo en París y descubro que otra mirada romántica
es posible. Se para el tiempo entre sus calles y la confusión de latidos,
pálpitos varios, miradas cruzadas, elegancias personificadas rompe mis
esquemas. No hablaré de belleza (que también) sino de esa elegancia y estilo
personal que se magnifican en un estado en calma de las cosas. No hay estrés,
todo son horneados de sabor y de momentos. Gentes que convierten en chic las
acciones más vulgares de barrios de periferia o capitales henchidas de
onanismo. Los rincones únicos se suman a la multiculturalidad que engrandece el
espacio. El asfalto se confunde con el arte majestuoso de edificios únicos, que
transportan a otros siglos, inyectando la necesidad de reencontrarse con la
esencia de lo que fuimos. Entonces, con menos de todo, el firmamento se
esculpía a la perfección. Hoy abusamos de los dramas por nuestras
insuficiencias no asumidas. Lo que son traumas eran oportunidades de creación. Y
toda esa filosofía se refleja en los rostros cálidos, despreocupados, inocentes
incluso. Así es como los rasgos se engrandecen, los músculos se equilibran, las
ropas se estructuran para bien.
El
desfile de maniquís museísticos fuera de contexto adquiere especial relevancia
en el género masculino. Quizá por patético término de comparación, pero allí es
elocuente cómo los muchachos se gustan y afanan en gustar. Sin necesidad de
caer en chulería shore ni tremendismo de tronista. La concatenación de flechazos directos resulta
hasta exagerada. Cual puja de subasta a cada oferta y ofertante más y mejor. Asaetado
pues acabé por las armas de tantos corazones andantes. Y encantado con la
iconografía extenuante de la ciudad de la luz. También bajo las estrellas, con
las luces como centellas de la realidad, todo cobraba más charm. El mismo al
que ponen significado el ejército de los parisinos de postal.
Puede
que rechace el querer aristotélico de Hollywooood y la triste dependencia que
nuestra sociedad nos ha impuesto hacia un él o ella. Es más, ahora cuando veo
discusiones absurdas de pareja me felicito y reafirmo en mi decisión de estar
mejor solo, que fatalmente acompañado. Mi realidad me ha lanzado a la cara tal decisión,
pero estando en París la puso (puse) entre paréntesis. Contemplar una primera
cita fue mi absoluta fascinación. Voayeur de un dos que empezaba a escribirse,
de las miradas tontas, de las palabras por cortesía y las ganas por debajo de
la mesa. En cada establecimiento de sabores, de cartas polisémicas, de
cocktails orgásmicos, los pares de amantes esperando posición
horizontal&vertical se sucedían. Sus labios pedían encontrarse y sus almas
subir escalón a escalón hasta lo alto de la torre más fiel. Pura arquitectura
de emociones.
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