La cuenta
atrás a los treinta despierta una sensación de viejunismo en todo mi ecosistema
de vida que jamás pensé que sufriría. Es más, siempre fantaseé con la idea de
avejentar de golpe y saltar todo trámite absurdo del paso del tiempo. Iluso de
mí, creyendo que en nada me afectaría el peso ni la cantidad del dígito de
edad. Pero con el horizonte cumplidor tan cerca me asusta saberme mayor y
víctima de consecuencias lógicas de los años. El sentido del ocio es una de
ellas. Anoche tuve opción de vivir un fiestón de esos que MTV retrata en las
casas de famosos y piscinas de aguas transparentes. No hacía falta tanta pose,
pero la había. Fue una sucesión mágica de buenos momentos, de gastronomía
sabrosa (alguna venida de Burgos y pendiente de su fritura), pero especialmente
de amigos con los que cualquier anécdota se convierte en todo. Cuando la
complicidad, las miradas y las palabras se fusionan en un baile perfecto. Allí nos
encontrábamos, rindiendo homenaje a una anfitriona pletórica. La noche se
extendió bajo el influjo de la luna y los sonidos mixtos de taconeos, amplis de
discoteca y gritos vacíos. Banda sonora habitual para los noctámbulos. Yo, en
cambio, me sentía ajeno a todo lo que sucedía a mi alrededor. La orgía de deseo
que muchos escenificaban sin descaro, los conteneos propios del Saturday night,
las palmas fuera de contexto, las copas de más… El mix de la juerga que nunca
me atrapó del todo. Siempre opté por otros planes y disfrutes más propios, en
la mejor compañía, no tanto por la decadencia de la masa.
Sufría
con cada ejercicio de borrachera descontrolada, la misma que hace que los
sujetos se abandonen y descuiden movimientos y alrededores. Me resulta siempre
una pesadez supina ese alterne superlativo, de excesos y onomatopeyas. Creo en
los pequeños detalles, los susurros, los bailes con espacio (no refriegas
incontroladas). Estaba porque quería, pero escribía en mi imaginación cada
párrafo de un espacio lejano, de tranquilidad, libre de estilismos vertedero. El
clímax de nuestro protocolo nocturno se alcanzó en un local muy peligroso. Con el
aforo burlado al antojo de un portero de las dimensiones de toda una promoción
de pisos de protección oficial. No había respiración posible, todo era
confusión en el choque cuerpo a cuerpo, que muchos disfrutaban como única
opción de alcanzar piel ajena. Recientes y trágicos acontecimientos en recintos
de despendole DJ venían a la cabeza. Pero parecía que hacer caja era
prioritario a la seguridad ciudadana. Aunque llamar ciudadanos a muchos de los
allí presentes me parece una broma. Al final, la noche acabó entre churros
mojados cual metáfora de la vida efímera, tan pronto divertida como fatal. Y con
el recuerdo a borbotones de los hit acumulados esperando que alguien cantara victoria. En mi caso, logré la bola ganadora al llegar a casa y perderme entre
sueños, lejos de bolas de discoteca y garrulos esperando dar la talla. Qué
desnoche, qué trasnoche. Poco me queda para la jubilación de la nuit. Que se
prepare Benidormmmm y los viajes mayorunos. Reservaré fuerzas para darlo todo. Si
llego…
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