Hay muchos tópicos sobre
Santander y los santanderinos. Aunque duela reconocerlo, más de uno ganado a
pulso. Y es que hoy quiero escribir sobre el no saludo, ese que esquivamos y
pasamos por alto. Básicamente porque nos da la gana o todo lo contrario el
cruzar una breve frase con otra persona. En este grupo entran aquellos
conocidos y viceversa que por causa del tiempo o cualquier otro tipo de lejanía
pasan a convertirse en desconocidos no anónimos. Interpretamos un paripé para
superar tal circunstancia, llamada de móvil, mirada levadiza, frunce de ceño,
despiste impostado... Todo con tal de no tomar la iniciativa en el ejercicio de
cordialidad. Es muy tonto este show, especialmente cuando se da la situación
real de reencuentro con el otro, recordando las ausencias y callando la
tontería mutua. Así somos. Yo he de reconocer mi despiste galopante y timidez
en las distancias cortas con este tipo de humanos de grado de separación
mayúsculo. Puede que en otras geografías se pasen en alharacas y
grandilocuencias en el tú a tú, sea del tipo que sea, pero hemos de reconocer
que es absurdo negar un saludo por imperativo antisocial. Por mucho que la
contraparte se guarde a la par su gesto,
holaquétal o lo que sea. ¿Hemos perdido toda educación? ¿Qué nos impide ser
correctos y bienquedas? Y si así anulamos toda una red de contactos que vete tú
a saber qué nos puede aportar... El caso es que me resisto a pensar que todo esto
va en un gen santanderino. Siempre que algún foráneo repite que somos muy
cerrados, que aquí cuesta hacer amigos, yo niego con rotundidad, poniéndome en
primera persona. Y lo pienso con vehemencia, pues a mis pruebas de vida me
remito. Pero en el tema del no saludo me veo 100% partícipe. El otro día
cruzaba un semáforo y justo enfrente estaba 'el objeto andante no salutativo'. En
alguna ocasión necesité contactar con ella por temas de trabajo, pero nunca nos
tratamos con profusión. ¿Sabrá quién soy yo? Igual no me reconoce, pensé.
Total, no voy a decir nada porque lo mismo ni me identifica. Cuando quise sumar
pensamientos, el verde marcó los pasos y nuestros destinos se cruzaron sin
saludar. ¿Pensaría ella lo mismo? Quién sabe. Pero como ese paso de peatones
muchos otros contextos con otros tantos coprotagonistas se quedaron en vacío.
Una pena, porque si estamos de paso qué cuesta regalar una sonrisa o un hasta
luego. Desde aquí me pongo el hola por montera y me propongo retirar el no
saludo para saludar sin miramientos. Que pase quien tenga que pasar. ¡Adiós, no
amigo!
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1 comentario:
Me gusta escucharte y leerte. Muy bien por tí, bienvenido al mundo de la cordialidad y la educación. Esa se practica en "todo el mundo".
Te mando un abrazo con mi admiración.
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