De tanto esperar, desesperó. Así reza en el epitafio de A.S., un
joven lleno de ilusiones, talento y energía. Parecía no ser suficiente, pues la
realidad consumió su esencia. Tanto que acabó con su vida. Entre sus amigos era
conocido como el luchador, incansable y armado de valor. Se ponía el mundo por
montera y su primera respuesta era siempre una sonrisa. Desde bien pequeño sus
padres le habían enseñado que este mundo era todo un reto. Que los cuentos eran
eso, cuentos, y que los finales felices eran carne de guión. Tuvo una infancia
feliz, por mucho que algunos le tildaran como el bicho raro. Siempre entre
mayores, acabó hablando como ellos. Así que a los niños les parecía un extraño.
Entonces cuando le preguntaban ¿qué
quieres ser de mayor? contestaba segurísimo que hombre del tiempo. ¡Como
Maldonado! De hecho unos Reyes Magos le sorprendieron con un mapa enorme que
llenó de soles, nubes y rayos. Jugaba con ellos y se inventaba pronósticos
llenos de anticiclones y borrascas. El juego se convirtió en empeño y
superación personal. Tuvo que irse fuera a estudiar y cumplir su sueño
meteorológico. Sus notazas avalaban su vocación. Tanto como su mirada, siempre
perdida en el cielo. Decía que buscaba formas entre los nubarrones, pero
cualquiera diría que se comunicaba con el infinito azul en busca de la
predicción perfecta.
Pronto encontró trabajo en un importante canal de
televisión. Iluminaba las casas de los espectadores con su personalidad única,
esos ojos vivarachos y la cercanía, su marca personal. Se hizo un hueco en el
día a día de tanta gente que veía en él mucho más que un contador de isobaras.
Asociaba cada día a una palabra, que guardaba celosamente en su libreta de
cabecera. Un día me confesó que la escribía tantas veces como hiciera falta,
con tal de dejarse contagiar de su significado. Imagino que en esos días, de
éxito y realización profesional, aquellas páginas eran la suma de su optimismo.
Pero como le habían enseñado de pequeño, la vida era un ciclo. Y no siempre
perfecto. Hubo una reestructuración en la cadena y prescindieron de su hombre
del tiempo. Una voz en off se encargaría desde entonces de cubrir su papel, el
que había construido con pasión y entrega. Desde ese momento se apagaron sus
soles y la tormenta, en forma de lágrimas, se apoderó de él. Además, supuso el
final de su relación de pareja. Algunos le habíamos advertido del carácter
interesado de su chica, pero él con su bondad e ingenuidad negaba toda duda.
Una pena. Ella fue ver cómo perdió su posición y perderse en busca de otro
objetivo. Cayó en una brutal depresión. Una enfermedad durísima, a la que
muchos tratan con frivolidad. Se encerró, calló y sufrió el paso del tiempo.
Dicen que salía de noche, a dar vueltas cerca de su casa. No tenía que
esconderse, pero sus sentimientos le pedían a gritos ese aislamiento. Su
castillo de naipes se derrumbó y con él se desdibujó su sonrisa. Su madre, el
ángel de la guardia que no se separó de su hijo jamás, cuenta como él repetía
una y otra vez: hay que esperar. Pero
veía cómo se marchitaba. Se ponía cintas de sus intervenciones televisivas y
lloraba amargamente. Ya no quería ni mirar a su cielo cómplice. El trabajo de
sus sueños y el amor de latido infeliz que siempre había perseguido, los dos se
fueron para no volver. Y él decidió seguir su camino. Hoy me toca vestirme de
negro. Por él. Y sí, miraré a las nubes a ver si me reencuentro con su sonrisa.
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