Hay historias que te encuentran. Eso me ocurrió con ‘La
Llamada’. Aquella noche en el Teatro Lara entendí muchas cosas y, aunque
borraría algunos recuerdos, agradecí haber sentido semejante chute de realidad.
Al despedir la noche, me recuerdo caminando por las impersonales calles de
Madrid, entre gentes, rememorando el texto de la obra y ocupando aquellas
tablas. Nunca fui a un campamento de verano, pero volvería en el tiempo si me
aseguran que se trata de La Brújula. No había telón, sí ilusión. El patio de
butacas sumaba complicidad, ante la mirada curiosa de sus creadores, ‘Los Javis’.
Hoy son referentes de una generación que busca, arriesga y rompe con los
convencionalismos. Quizá no sean unos adalides de la intelectualidad bien entendida,
sino todo lo contrario, ejerciendo de petardos felices. Entonces eran unos
actores teen con escasa credibilidad. La misma que su valentía ha cimentado.
Aunque habrá quien reniegue de su modelo de ficción, nadie puede obviar que son
un fenómeno total. Aplaudo su genialidad, por inspiradores y necesarios. En
tiempos en los que todo parece más difícil, que las oportunidades han de
crearse y el conformismo es un lastre, estos chicos han vivenciado que la
autenticidad es un mérito. Dudo que aquella sesión imaginasen todo el recorrido
posterior, pero transmitían una pasión que bien vale un éxito. Su éxito.
Para alguien que se ha criado entre monjas y curas
polifacéticos, el argumento era algo atractivo, incluso cercano. No es cuestión
de destripar el desarrollo, sí de reconocer que sobre las tablas, con pocos
elementos, lograron recrear unas sensaciones magnéticas. De ahí los cuatro años
largos de lleno milagroso. El tránsito a la gran pantalla se antojaba
enriquecedor. Ha pasado el tiempo suficiente para que maduraran su criatura y la
pusieran planos certeros. Sinceramente, creo que lo han logrado. Otra cosa es que
mi conexión con la esencia teatral me remitiera demasiado al origen. Anoté el 29
de Septiembre, su fecha de estreno, como un día muy señalado. Acompañado de mis
particulares compañeras de ‘cabaña’, me lancé a la emoción. Estaba hasta
nervioso. Todo hasta que apareció Macarena García. Recuerdo entrevistarla diez
años atrás, protagonizaba un musical de instituto americano, en su debut como
actriz. Era lo que vemos hoy, un talento andante. Su mirada justifica esta
versión cinematográfica. Esos ojos que cuentan lo incontable. Esa gestualidad
que atrapa, incluso en los momentos más inverosímiles. El tándem con Anna
Castillo es un sueño. Dos visiones del mundo, la interpretación y tanta verdad
juntas. ¡Qué maravilla! Bajo los hábitos, una enorme Belén Cuesta, que de revelación
ya no tiene nada, es un figurón del cine. A lo Gracita Morales del siglo XXI,
con tipazo. Acompañada de la más firme en la fe y en la comicidad Gracia Olayo.
Perfecta su evolución de las galas noventeras con su hermana gemela (y
venenosa) a este personaje muy ‘Sister Act’. Del protagonista masculino,
elogiar la voz y ese regodeo en las lentejuelas. Spoilers, al cielo.
Las secuencias musicales suman y sirven para dar brillo a
este elenco en gracia. El balanceo entre la comedia y el drama funciona. Es, de
hecho, el sello de la casa del par de directores. Humanizan sus relatos sin
maquillar lo patético, echándole sentido del humor. Lo han demostrado con su ‘Paquita
Salas’, ahora estrellona de Netflix y las mechas a lo Terelu. Veremos qué sacan
de la nueva hornada de ‘triunfitos’. ¡La Academia tiembla! Volviendo a la
película, me resultó curioso cómo ciertas escenas despiertan risas entre el
público. Plantea temas muy universales como el descubrimiento sexual, la
superación, la amistad, el amor… No conforme con el primer visionado, repetí y
volvieron las guasas nerviosas. Con mucha juventud en la sala me resultó
chirriante, aunque comprendí que el mensaje era en positivo. Que educa sin
prejuicios y presenta hilos de vida insólitos. Estamos faltos de esos puntos de
giro. Reproducimos modelos y esperamos que el resto hagan diametralmente lo
mismo. En cuanto alguien se sale del guion causa revuelo. Así que es necesario
que haya esa fractura, una locura a toda pantalla. Lecciones importantes en
diálogos que también lo son. Como cuando María Casado (Maca) pregunta «¿A que
cambiar no está mal?». O cuando reconoce su lema vital ‘Lo hacemos y ya vemos’,
single de su grupo Suma Latina. Porque entiende que «Si sale mal a otra cosa,
pero lo has intentado». Que así sea.
Reconozco que cuando sentí la llamada necesitaba un milagro.
Hoy quizá, más. Me cambiaría por esa niña que subida al autobús, antes de una
excursión piragüista, mira a la protagonista desde la inocencia y se despide.
Porque nada volvería a ser igual. Lo mismo que yo experimenté entonces y estos
días peliculeros he revivido. Imploro a lo más grande. Me sé el repertorio de
Whitney Houston y necesito que me pasen cosas. Estaré en una litera o donde
sea, esperando a subir la escalera…
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