En la práctica continua de ser un single con sentido o varios, este fin de semana tras un extra profesional y surrealista en sí mismo me doté del mejor escape posible. Por cercanía y disfrute. Exprés me fui hasta la tierra de la bilbainada para ver a amiguismos varios pero, en especial, para reunirme en espíritu que no obra con la más diva de mis entretelas: MN o lo que es lo mismo Mónica Naranjo. Las prisas parecían indicar que me perdería su eclosión de la oscuridad, pero todo lo contrario. Entre nervios de los fans más eso, con pataleos y demás, el griterío de la mujer renacida se hizo esperar. Así que muchos aprovecharon para pedir unas pizzas y comerse los nervios o lo que hiciera falta. Dio tiempo. Con cuarenta y cinco minutos de retraso comenzó el show, donde parecía estar todo por definir. Demasiado a la ligera, nada que ver con el previopago casi infinito.
Pero fue salir ella al escenario y olvidarse casi todos los males. En todo su potencial y haciendo de su capa -la que lucía- un sayo cantó sus versiones más rockeras de éxitos chochi pop como Désatame o Entender el amor, el mejor inicio para congratular a todo el mariquiterío que da de comer sus ínfulas endivadas. Y es que entre el público había mucho cuasi marido potencial y bolleras que finas o no se sabían al dedillo -será por la práctica- los cantes hondos de la pantera. Muy de negro todo, pero con el brillo de sus gritos inconmensurables, MN fue haciendo de sí misma y sus excesos. Apenas se comunicó con la masa, ni se cambió de ropa pese a sus comentadas ausencias del escenario, ni dio mucho. Una hora clavada de espectáculo, con dos canciones de extra que sonaron a regalo: Europa y Sobreviviré. Para entonces se había marcado un monólogo sobre el amor y el dolor, sobre sus malos tiempos y lo mucho que ha sido querida y a la contra. Nada era idílico más allá de su voz. Si algo mereció la pena, para mí, fue ver a una cantante única en lo bueno y lo malo. Jamás escuché unos alaridos tan musicalizantes y eléctricos. Es capaz de todo.
Sentado en una silla de pichiglás -no estoy para trotes de codazos y glándulas sudoríparas ajenas- disfruté del tiempo del éxtasis monicanizado. Seguro que será la última gira si cae hasta lo más hondo y no vuelve a remontar. No era virgen en su visionado, hace años muy orgulloso pagué por un playback un tanto místico. Lo del sábado fue diferente. Necesitaba un momento así, de encuentro conmigo mismo y con aquella que tantos ratos musicales me ha proporcionado. Y fue en la soledad de la mayoría impropia cuando más me di cuenta del aprendizaje silente de estos meses, de este caminar de fuerza intrínseca que me hace crecer, pese a mis quejares. Entendiendo el no amor, luchando por sobrevivir y sin caer en ser un chico malo. Las divas algo enseñan.
1 comentario:
Bueno, los aforismos tienen eso de bueno: uno los interpreta como quiere. Lo mismo ser un poco, sólo un poco, malo te viene bien, o al menos te divierte ;)
Cántame algo, anda!
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