El nadismo vital de carácter breve, no es del todo leve. Todo lo contrario, cuando lo mínimo es máximo como cobrador de sentidos, explicaciones dadas o por pedir y emociones de brote espontáneo. Así estoy, dando pasos cuasi tumbos en este circo de descanso que no es tal, de desconexión que no es posible -cuando la cabeza trabaja sola no hay maquinista que la pare- y de vivencias que en suma hacen de la realidad paralela, una propia para un lelo. Pasan las horas en esta gran ciudad boca de lobo, la misma de la que huí pero me sigue atrapando con su magia inaudita. Como para no. Tiene de todo, malo, bueno y peor. Pero el falta humanidad. Al menos de la deseosa. Por eso echo de menos mi rincón en el mundo, con ese bienestar quietista, sin sobresaltos y con la desesperanza como mochila cotidiana. Por aquí es diferente. El pavimento se antoja tan cruel como lujurioso. Las gentes son grandes secundarios de cine, en pantalla ojiplática, con sus gestualidades ricas, sus dimes y diretes a voces o en silencios, sus carencias a conocer cuando no ocultar. Sin la indiferencia en el horizonte, con el aplomo de lo vivido como material de largo recorrido en la memoria. En suma de momentos que hacen que lo menos propio se antoje básico.
Pero no puedo dejar de preguntarme sobre mi yoísmo doliente. Cayendo en el drama que horripila a tantos, pero que no es impostado, sino la verdad absoluta de un pobre que quiere clemencia. Más que todo auto-ejercida. Y es que sigo a vueltas con la soledad, la que recrudece las heridas, que recuerda las ausencias, los besos robados o soñados, los quereres solícitos pero impedidos. La misma que no se apea del tren de los malos momentos. Esa que se regocija en lo peor, en la construcción restante del tiempo. En contraposición a los deseos, las ilusiones y las ganas que menguan como el corazón tiriteado por los daños de inmundicias pasadas. Por eso, salir a las calles, retomar el contacto con el centro homosexualizado de efebos y adláteres, de niños que se creen Dioses, de ángeles desalados, de sapos y culebras, de ratas de oscuridades... Me cuestiono mi mismidad en un grupo, ese que muchos se empeñan en objetivizar, y que cada día desconsidero más. La unidad no es posible en un reino de reinas del egoísmo, la mala baba y las peores artes. Frente a los pasotas de la cosa que no aspiran a nada o se conforman con su todo. Les observo, veo sus uniones para salir a los pasos, a las lascivias de quita y pón, a las ridiculeces emocionales que les alimentan los instintos primarios, y me siento fuera de la familia. Como esa oveja negra, tan arrinconada, fuera de un lugar o con su ausencia en un mundo que cuestiona pero le supera. Sin encontrar la salida y dudando de su propio yo.
El camino se hace andando, pero si los pasos son en vano, ¿cuál debe ser la hoja de ruta?
No hay comentarios:
Publicar un comentario