La quietud dicen que no es buena. No estoy del todo seguro, aunque amodorrarse y caer en una rutina infinita se antoja como perjudicial. Y por mucho que nos empeñemos en desoír la necesidad de la rueda de la vida y en favorecer el anclaje de lo propio, no siempre las circunstancias lo permiten. De pronto, sin comerlo ni beberlo algo drástico echa por tierra tu supuesto castillo de naipes y sin tiempo para hacer la digestión de la nueva realidad hay que forzar un acomodo óptimo. Desde fuera son preferibles las transiciones paulatinas, pero para la propia gestión puede resultar más eficaz atajar cuanto antes una modificación plena que quedarse en meros amagos renqueantes.
Alguien de supuesta sapiencia ya predijo cambios en mi vida. Ahora no podré dudar de su ejercicio visionario, aunque lo llegue a lamentar, porque efectivamente todo indica que en nada mi organigrama interno mutará a otra cosa, porque el plano de la laboriosidad sin fin parece no tenerlo. Así que en breves mis días serán más o menos, pero no serán lo mismo. Es algo que me divide, como reto apasionante e ilusionante que asumo será el embarque en nuevos proyectos, pero al tiempo me crea duda la poca estabilidad que mi biografía personal y profesional lleva escribiendo en los últimos tiempos. Pero quejarse en mi tónica sería más que injusto, porque muchos no tienen ni la opción de evolución y ni mucho menos por su deseo. Así que no caeré en mi versión víctima compulsiva.
Y al tiempo prometo no volver a los mismos lugares propios que me inquietan y aquí comparto. En ocasiones librarse de ellos me resulta tarea imposible, por eso reanudo la tarea reflexivo tecleante. Puede que con el cambio pronosticado tenga más motivos para rellenar los blancos de colores y ver algo más que negro o gris drama. Es un propósito, la realidad me superará o no. Las respuestas próximamente Aquí, nunca mejor dicho.
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