Que la ficción reina en nuestras vidas no es nada nuevo. Pero apropiarse del hecho ficcionado y recrear para mal lo que no debe ser se antoja como un mal propio de esta sociedad de apariencias de tonterías en suma. En nuestras habladurías de lo cotidiano es recurrente este tema, en el que vale aquello del mítico algodón que no engaña. Y es que por mucho que personas o casi intenten presentarse como lo que no son, con patrimonios que no les pertenecen, con una deconstrucción de su mismidad, es un ejercicio de patetismo que puede compensar en las distancias largas, pero que en las cortas se antoja fatal. Porque el maquillaje enfangado de la realidad acaba saliendo a la mínima, quedando en una posición absurda.
Cuesta comprender que haya quien necesite de la pantomima para realizarse en su biografía o más allá. Que se limitan hasta en lo ingerible para hacer con aquello que les aporta unas plusvalías que en la base les restan. Siendo crueles para sí, ficcionando para avanzar sin conseguirlo. Cayendo en espirales destructivas.
Me cuentan de cleptómanos de nuevo cuño. Del recurso al apropiarse by the face, jugando con los límites, con la adrenalina de lo que no pertenece para sentirse vivos y hasta pícaros. Superando la necesidad y quedando en la hipocresía del más es más. Sin modos ni maneras ciudadanas. Incomprensibles con desaliento, haciendo que nuestra sociedad arrastre lacras y seres que se empeñan en no serlo. Tremedismos de lo humano que aparentan. El ser lo dejan para la intimidad. Esa gran sufrida.
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