En una semana complicada de más, en varios momentos sentí la necesidad de escape sin retorno. La recurrente huida ya bastante sufrida que siempre vuelve con ánimo torturador. Y es que el cúmulo de más y más supera todo límite de lo tolerable. Mientras, en los contornos seres de otros yoes se empeñan en minimizar su realidad, absortos en sus menudencias e impasibles del río desbordado de lo ajeno. Cuesta empatizar y la laboriosidad se cotiza a la baja. Eso sí, la quejumbre alcanza cimas infinitas.
Lo bueno es que en plena oscuridad siempre lucen los brillos. Puede ser un encuentro de gastronomía chipirifláutica y cuaternal, una quedada sonrosada de efectismos en horizontal, un correo de cariño sin impostar, un regalo sincero y popero, unas palabras desmaquilladas... Y es que hay que romper lo cotidiano y la escalada de abrumadora crisis endogámica.
Aunque siempre está presente la sombra de la ausencia a dúo. Del corazón que late por. Y sigo sorprendiéndome en mi mismidad que es uno de los pocos contextos que no me inquieta en estos días de temporales inversos. Tras el ansia irrefrenable de querer sin calendario, asumo los otros quereres que me hacen ser, vivir, sonreir, emprender, crear... Los mismos a los que tanto debo. Una deuda que trato de saldar a base de cariño impulsivo.
Así es como lucho contra mi espiral. Con mis coreografías que van de lo banal a lo terrenal. Siendo en cantidad, sin disimulos ni medias tintas. Reconociendo el terreno y sin miedo a verbalizar el sentimiento. Por mucho que algunos los siga escondiendo en la cajita de lo innombrable, para evitar fuegos artificiales. Manejando el umbral o aspirando a ello.
1 comentario:
jajja, tu yo deberíamos ahcer nuestra propia "septa".
te quiero.
besos
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