Desbordado me encuentro ante el cúmulo de obligaciones, necesidades, compromisos, exigencias y demases laboriosos que me hacen pensar en infinito sobre el mismo tema. Creo que la adicción la sobrepasé tiempo y proyectos atrás, pero lo actual no tiene nombre. Quizá haya personificado tanto lo que hago que mi pecho no da a basto para asimilar esa cantidad de requerimientos, de procesos que esmerar... Un caos por lo mucho y los tantos ajenos que requiere. Con satisfacciones evidentes, visibles o audibles, pero con sinsabores que en la actualidad no compensan. No lo hacen por la falta de actitud de quien debiera perder mucho en ello, por la hipocresía incorporada que da pie a ruines a campar a sus anchas, por el cero valor que los entes extrarradios aportan al cúmulo... El panorama no pinta en positivo.
Pero lejos de eso, mi preocupación es el estado vital que me reporta la espiral en que se ha convertido lo cotidiano. Los espacios robados, las ganas volatilizadas, el ansia cronificado y la exigencia supina en choque con la autoestima subsuélica. Pero dicen que el seguimiento es ley de vida hasta que expira. Y parece que pintan bastos. O bastardos. Los mismos que te hacen sentir peor o más. Con esas caras que degollan y reflejan su hipocresía degradada. La pena quedó atrás, como la compasión. El odio va in crescendo. Todo para prejuicio del sentimentalismo poco contemporáneo. Y los que eran dueños de aprecios o quereres se lapidan por deméritos edificados.
Qué aportar en este mar contracorriente de guadianas emocionales y lágrimas sin pozo. Ni el tiempo reconciliará a los Dioses de la cosa nostra. Hagamos lo que hagamos. Y cómo lo hagamos. Ni con trabajo ni sangre. Malamente.
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