No es un juego interactivo de petición masiva esta Navidad, ni un plato de nueva cocina con que vaciar el estómago, sólo el reflejo de cómo nuestra realidad se va poblando de historias y personas de dudoso gusto y veracidad para regocijo de quienes asistimos a su ceremonia de la confusión. Está claro a estas alturas que la verdad no vende, por eso muchos se afaman en autoconstruirse y, lo que es peor, sumar adeptos y elaborar un conjunto que se cae por su propio peso. Relaciones que son sin serlo, otras que no lo son y lo parecen patéticamente por la necesidad imperiosa de gustar y dar que hablar, ejercicios de divismo colectivo entre bociferios y pataletas para destacar entre la decoración, calladas por respuesta para mantener halos de misterio malamente gestionados, sonrisas de todo a un céntimo para cumplir vagamente, amistades de conveniencia y tontería subida... Parece la historia de siempre y puede que lo sea...
Lo que está claro es que haciendo cálculos este panorama invita a apearse y seguir otra ruta menos peligrosa y contagiosa. Porque sin querer el efecto rebote se da y puedes salir peor parado que los dueños de su propio paripé. Toca la conversión antisocial, una limpia de contactos y emociones. Sólo así se puede evitar no entrar en filas del ejército de la mentira integrada. Que no, que no... Los parias para quien los quiera.
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