Escribo estas letras en el salón
de mi nueva casa. Un mes después de mi llegada a la capital han pasado muchas
cosas y todas buenas. Estoy muy animado, con la ilusión modo in crescendo,
y las ganas de dar mucha guerra. No sé dónde ni a quién, pero es lo que
quiero. Es una sensación rara estar en
un espacio que voy a hacer del todo mío. Ya estoy en proceso. Y me encanta. Porque
necesito mis cosas para sentirme en el lugar adecuado. Desde ahora, mi piso
queda bautizado como Guarida Calavera. Y tengo la intuición que aquí
seré muy feliz. Viviré solo, con mis circunstancias, pero lo necesito. Mi punto
es reencontrarme y redefinirme positivamente. Veremos qué pasa. Gracias a las
demostraciones de amistad (tantas) y a la fuerza superwoman de mi señora madre, el tránsito ha sido posible. Soy un
afortunado. Por lo demás, he acabado mi novela y ya está rumbo a ser escrutada
por señores sabios de la cosa literaria. Mi comité lector solo arroja críticas
positivas, lo cual me hace sentirme orgulloso. No ha sido un camino fácil, más
que nada por mis altibajos personales y mis picos de euforia profesional. Pero
el momento siempre llega y el de #soy es ahora. En cuestiones laborales pasan
cosas que no se pueden contar aquí. No es fácil romper con los muros absurdos
que esta sociedad ha cimentado. Los contactos se antojan básicos. Aunque los
retos están para mirarlos cara a cara. Con valentía. Las ausencias se definen
por sí solas. El cariño llena vacíos. Y la emoción no descansa en esta
aventura. Nunca más quiero ser espectador impasible de un mundo que se alimenta
de acción. Me reafirmo en la decisión de apostar por el cambio, el darme la
oportunidad robada de ser yo, de hacer lo que me gusta, de querer sin censuras.
Queda tanto por hacer, que dejo esto en punto y seguido.
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